Una vez más los acontecimientos se precipitan. La loca carrera de la administración Obama hacia una guerra indiscriminada contra el mundo (no conforme con los frentes abiertos en Afganistán, Siria, Irán, Pakistán, etc.), reaviva ahora –con sus maniobras militares conjuntas con Corea del Sur- uno de los más peligrosos conflictos (porque implica el riesgo de armas nucleares) en la Península de Corea.
El gobierno de Corea del Norte ha declarado que no está dispuesto a seguir aceptando esas maniobras anuales, que consider un peligro constante para su nación, y entonces se coloca en “estado de guerra”, amenazando no sólo a su vecina Corea del Sur, sino también a las bases norteamericanas en el Pacífico y hasta la costa Oeste de los Estados Unidos, que estarían al alcance de sus ojivas nucleares.
La península coreana había estado ocupada por Japón desde 1910 y cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial con la rendición incondicional nipona (después de haber sido bombardeados con armas atómicas), los Aliados –con Estados Unidos determinando el nuevo mapa de esa parte de Asia– dividieron ese territorio en dos, con el paralelo 38 como límite, quedando ocupada la parte Norte por tropas soviéticas y la parte Sur por tropas norteamericanas. El Norte establece en 1948 un gobierno comunista, y el Sur un gobierno “protegido” por los Estados Unidos. En 1950 se declara la guerra entre ambas partes y Corea del Norte invade la parte Sur, logrando un espectacular triunfo que se ve contrarrestado por una contraofensiva por parte de Estados Unidos y los Aliados, que la hace retroceder hasta más al Norte del paralelo 38. La intervención armada de China en el conflicto vuelve a llevar la frontera hasta ese límite luego de una sangrienta guerra de más de tres años (y más de dos millones de muertos), donde estuvieron implicadas todas las grandes potencias. En 1953 se acuerda un alto al fuego, que deja nuevamente la frontera en el paralelo 38 y crea una zona desmilitarizada de 4 km de ancho entre ambos territorios. Curiosamente nunca se logró un tratado de paz, por lo cual técnicamente la guerra ha continuado durante 60 años.
Esta área geopolítica ha sido desde entonces un foco constante de tensión, primero durante toda la Guerra Fría, y luego al fin de ésta, ya que Corea del Norte se fue convirtiendo en una potencia militar que ha logrado desarrollar no solo armas atómicas sino también misiles que pueden portarlas a grandes distancias. Esta capacidad militar le ha permitido enfrentarse por su cuenta a Occidente (con un cierto respaldo de China) luego de la caída de la Unión Soviética.
Durante todo este tiempo las cosas han ido tensándose y aflojando cíclicamente en la región (dependiendo sobre todo de quien ha manejado la política exterior estadounidense). Bill Clinton logó bajar mucho la tensión en el área, suspendiendo varias veces las maniobras anuales que hoy son causa de la reacción de Corea del Norte. Pero la presencia de George W. Bush volvió a complicar las cosas, sobre todo con la imposición de sanciones económicas a Corea del Norte para intentar que abandonara sus investigaciones nucleares, y la reanudación de las maniobras militares anuales. El gobierno Obama –como lo viene haciendo en todo el mundo– no sólo no ha mejorado la situación, sino que más bien la ha empeorado, endureciendo las sanciones, proporcionando a Corea del Sur mayor ayuda militar intentando presionar de múltiples formas sobre el Norte.
Esta política es parte de la “huída hacia adelante” de esta administración, cuya única respuesta hacia su crisis interna (y la de sus aliados) que no logra detener, parece ser la intervención y la exportación de la guerra al resto del mundo. Quien se frota las manos de gusto es el complejo militar–industrial, que aumenta sus ventas de armas y equipos (y que agrava la crisis económica interna de los EEUU y de Europa y acelera el desmontaje de todo tipo de asistencia social).
Lo cierto es que se sigue jugando con fuego, y esto sucede mientras se aplica una nueva vuelta de tuerca sobre Siria en el intento de tumbar su gobierno, se mantiene el estancamiento en Afganistán y se paralizan las incipientes conversaciones con Irán. Pareciera que usar el puño de hierro es la única alternativa de un gobierno norteamericano prisionero de los intereses de las corporaciones transnacionales, e incapaz de afrontar sus graves problemas estructurales. Ya el gobierno anterior de George W. Bush mostró que –a diferencia de lo sucedido en crisis anteriores del sistema– de la crisis presente aparentemente no se puede salir recurriendo a la guerra. Sin embargo, el extravío parece ser una condición congénita. Un presidente demócrata encabeza la mayor ofensiva bélica de los últimos tiempos (dirigida hacia objetivos múltiples), a la vez que públicamente justifica el asesinato selectivo (no sólo de supuestos enemigos, sino hasta de compatriotas estadounidenses) y la tortura institucionalizada, para “proteger los mejores intereses de los EEUU”.
En definitiva, la loca carrera hacia el abismo parece seguir acelerándose, la ceguera y el ánimo suicida son las características de la política imperial. No importa poner en peligro la seguridad del planeta, lo único importante es seguir adelante sin mirar hacia dónde.
Increíblemente los medios reproducen un cierto menosprecio de Occidente (ver artículos de la BBC al respecto) sobre la seriedad de la posición de Corea del Norte.
Esta visión es el producto directo de las limitaciones de la mirada eurocéntrica (sobre todo la británica) que tiende a subvalorar a las culturas no Occidentales y que deja fuera en este caso la historia de Asia y los roles jugados por Corea en otras épocas. No caigamos en esta posición facilista elaborada para tranquilizar la “opinión pública” de los países centrales, la amenaza está allí. Corea puede ser la chispa que haga estallar el polvorín en que se está convirtiendo nuestro mundo.
Todos estamos en peligro. Que por ahora nuestra Latinoamérica no parezca ser el foco principal de atención de la escalada bélica (aunque no por ello nos olvidan, siguen conspirando en las sombras para dominarnos, sino preguntémosle a los gobiernos de Venezuela, Bolivia o Ecuador, por ejemplo) no significa que no compartamos los riesgos con el resto del mundo. En un sistema complejo y en estado caótico, cualquier mínima alteración en variables que no parecen ser importantes, es capaz de producir profundos cambios en el estado general del sistema. Un conflicto con posibilidades del uso de armas atómicas no será nunca – en nuestro mundo interdependiente y globalizado– un hecho aislado. Puede generar un efecto de bola de nieve que arrastre a tirios y troyanos, de consecuencias imprevisibles para todo el planeta.
Debemos entonces estar muy alertas e intentar todos los esfuerzos en todos los niveles para prevenir las consecuencias de un conflicto de este orden. El futuro de todos está en juego, en riesgo por las acciones desenfrenadas de quienes tienen hoy el mayor poder militar de la Historia.
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