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El gran conservador Joseph Ratzinger cumple el gesto que mejor encarna nuestra modernidad y se convierte, renunciando, en el último Papa Rey.
Es la primera vez que un papa dimite desde el episodio distante de Celestino V, el “que hizo por cobardía el gran rechazo” (Dante, Infierno, III, 60). Dimitiendo, Papa Benedicto XVI, reconoce la complejidad de la relación de la Iglesia de Roma con el Siglo.
Es la primera vez que un papa dimite desde el episodio distante de Celestino V, el “que hizo por cobardía el gran rechazo” (Dante, Infierno, III, 60). Dimitiendo, Papa Benedicto XVI, reconoce la complejidad de la relación de la Iglesia de Roma con el Siglo.
El papa monarca absoluto, dimitiendo, baja en la tierra y admite que la primacía romana llega al atardecer y la iglesia deberá volver a buscar colectivamente una respuesta a los desafíos del nuevo siglo. Es la colegialidad que ya había sido dibujada por los padres del Concilio Vaticano II, y que la titanicidad de la figura de Karol Wojtyla había alejado con la grandeza de su pontificado. Ahora, ocho años después de la muerte de Juan Pablo II, la renuncia de su sucesor, pone a la Iglesia de Roma frente a la historia.
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Hoy en día la mente agudísima del Papa alemán, la batalla en muchos sentidos anti-moderna conducida por él y su predecesor, levanta la bandera blanca y relanza al mismo tiempo. ¿Quién, con Benedicto XVI vivo, podrá evitar que el nuevo papa no salga del mismo côté conservador? Joseph Ratzinger, aunque no participará directamente en el cónclave, estará más presente que nunca, mucho más presente que muerto. Ratzinger vivo dirige un colegio de cardenales seleccionados durante décadas entre los más conservadores de las jerarquías de la iglesia católica. Mientras tanto los progresistas, tras la muerte del cardenal Martini, han perdido incluso el líder del partido conciliar.
Sin embargo un nuevo Wojtyla con veinte años menos no logrará evitar enfrentarse con los grandes problemas de una iglesia que en los últimos 34 años se ha alejado cada vez más del espíritu conciliar. El desafío de las iglesias protestantes, sobre todo en el hemisferio sur, fortalecidas después de la guerra sin cuartel conducida por Ratzinger y Wojtyla en contra de la teología de la liberación, la continua secularización de la sociedad, la caída de las vocaciones ya sin límites -la última década ha afectado también a las órdenes femeninas de manera irreversible- la cuestión misma de la ordenación de mujeres, no se resolverá simplemente buscando hombros más jóvenes sobre los cuales apoyar la cruz.
La proximidad del wojtylismo con los órdenes seculares más reaccionarios, empezando por el Opus Dei, seguirá siendo la brújula que orientará el próximo pontificado. Y los nudos no se disuelven en la continuidad ritual de una monarquía absoluta que cae para siempre hoy, 11 de febrero de 2013.
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