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Por Mario Zúñiga Aráuz | Rebelión
El 20 de diciembre de 1989 los Estados Unidos de Norteamérica invadieron a la República de Panamá, provocando un genocidio de magnitud aún ignorado.
La excusa fue para capturar a su hombre fuerte: el General Manuel Antonio Noriega. Marc Cisneros que dirigía el Comando Sur de los gringos acantonado en nuestro país había dicho que en el momento en que se le ordenaba capturar a Noriega y si estaba tomándose una cerveza, iba, lo detenía, volvía y la cerveza aún estaba fría.
Con eso Cisneros aseguraba que él sabía perfectamente bien dónde estaba el General. Ingenuos seríamos si con todo el sofisticado sistema satelital de que disponían desde entonces, ignoraban el paradero de Noriega. Pero la invasión se dio y el luto aún lo conservan los panameños.
La historia universal está llena de ejemplos de dictadores apoyados por los Estados Unidos, y America Latina es un ejemplo claro de esa política. Somoza, Pinochet, Videla, Castillo Armas, Perez Jiménez, Trujillo, Stroesnner, etc. A Noriega lo reclutó la CIA cuando estudiaba en la Academia Militar El Chorrillo en Perú. Desde entonces fue su obediente discípulo. Su mandato se caracterizó por asesinatos, decapitados, torturas, desaparecidos, encarcelados. Una política de terror. El aparato de inteligencia, el tristemente célebre G-2, mantenía atemorizada a la población. Los gringos lo apoyaban en todo. Pero Panamá tiene una peculiaridad: su población no puede desestabilizarse porque pone en peligro el Canal y el Centro Bancario, las dos buque insignias de los Estado Unidos en nuestro suelo. Ellos se sentirían felices si Panamás fuera un estado sin población. Ante la represión que generaba Noriega, la gente salió a las calles a enfrentarlo.
Curiosamente, cada vez que había una masiva protesta, los dirigentes del movimiento cívico que se gestó para dirigirlas, en vez de organizar al pueblo para consolidar su propia lucha, corría hacia la embajada gringa a solicitar refugio e instrucciones. En un acto de alta traición patriótica, los candidatos ganadores de aquellas recién pasadas elecciones, tomaron posición de sus puestos en una base norteamericana, justo antes de la invasión. Aunque negaron que la solicitaran, sí la avalaron. Se trata de uno de los actos más oscuros de nuestra historia patria, el que se vio opacado por la enorme campaña mediática que se dio para justificar la invasión. Está historia está a la espera de ser contada. Se ha enterrado porque los beneficiados directos de la invasión, además de los Estado Unidos quienes probaron nuevas armas de guerra utilizadas después en al invasión a Irak, es la clase que dominó la economía y la política pos invasión. Y la que continúa en el poder.
La invasión a Panamá es un hecho que se quiere ocultar, como se ha ocultado lo que sucedió el 3 de noviembre de 1903, cuando nos separamos de Colombia. 1903 y 1989 tienen mucho en común: se beneficiaron los Estado Unidos consolidando su dominio en nuestro país. La diferencia estriba en los muertos. La primera fue incruenta; la segunda, cruenta, brutal. Abro un espacio para llegar a las familias de los muertos y estrecharles mis manos solidarias. Un recuerdo de una masacre infame.
La invasión a Panamá es un hecho que se quiere ocultar, como se ha ocultado lo que sucedió el 3 de noviembre de 1903, cuando nos separamos de Colombia. 1903 y 1989 tienen mucho en común: se beneficiaron los Estado Unidos consolidando su dominio en nuestro país. La diferencia estriba en los muertos. La primera fue incruenta; la segunda, cruenta, brutal. Abro un espacio para llegar a las familias de los muertos y estrecharles mis manos solidarias. Un recuerdo de una masacre infame.
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