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Jonathan Cook | CounterPunch-Rebelión
La victoria de Barack Obama en la elección presidencial estadounidense de la semana pasada se recibió con un malestar generalizado en Israel.
Los sondeos realizados fuera de EE.UU. poco antes del día de la elección mostraron que Obama era el candidato preferido en todos los países excepto en dos, Pakistán e Israel. Pero a diferencia de Pakistán, donde los dos candidatos eran igualmente impopulares, en Israel Obama obtuvo solo un 22% en comparación con un abrumador porcentaje del 55% para Mitt Romney.
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A la vista de estas cifras, no es sorprendente que el primer ministro derechista de Israel, Benjamin Netanyahu, haya hecho pocos esfuerzos para ocultar sus simpatías políticas, como cuando dio una bienvenida de héroe a Romney en la visita de este último a Jerusalén en el verano y apareció en varios anuncios de su campaña en la televisión.
Ehud Olmert, exprimer ministro israelí, acusó a Netanyahu de “escupir” a la cara del presidente y advirtió de que ahora Israel se verá expuesto a la ira de Obama en su segundo período.
La idea generalizada es que el presidente, liberado ya de las preocupaciones de la reelección, buscará venganza, tanto por la prolongada intransigencia de Netanyahu en el proceso de paz como por su interferencia en la campaña electoral de EE.UU.
Las caricaturas de los periódicos resumieron la atmósfera la semana pasada. El liberal Haaretz mostró a un Netanyahu sudoroso metiendo cautelosamente la cabeza en la boca de un león con cara de Obama, mientras el derechista Jerusalem Post presentaba a Netanyahu exclamando “¡Oh, qué desastre!” mientras leía los titulares.
La especulación entre los israelíes y numerosos observadores es que en este segundo período Obama hará mucha más presión sobre Israel para que haga más concesiones respecto al Estado palestino y para que termine con su actitud agresiva hacia Irán por su supuesta ambición de construir una ojiva nuclear.
Semejantes ideas, sin embargo, son extravagantes. Es poco probable que la actitud de la Casa Blanca hacia Netanyahu e Israel cambie significativamente.
El humor obstinado de Netanyahu fue obvio mientras se votaba en la elección en EE.UU.: su gobierno anunció planes para construir más de 1.200 casas para colonos judíos en Jerusalén Este, la supuesta capital de un futuro Estado palestino.
La realidad, como sabe perfectamente Netanyahu, es que ahora las manos de Obama en Medio Oriente están atadas con la misma firmeza que en su primer período.
Obama se quemó anteriormente cuando trató de imponer una congelación de los asentamientos. No hay motivos para creer que los lobistas de extrema derecha de Israel en Washington, dirigidos por el AIPAC, vayan a facilitar las cosas al presidente en esta oportunidad.
Y como señaló Ron Ben Yishai, un veterano comentarista israelí, Obama se enfrenta al mismo Congreso de EE.UU., que ha “sido tradicionalmente un bastión del apoyo casi incondicional a Israel”.
Aunque Obama no tenga que preocuparse de la reelección, no querrá entregar un legado ponzoñoso al próximo candidato presidencial demócrata ni querrá meter en problemas su propio período final mediante dañinos enfrentamientos con Israel. Todavía están vivos los recuerdos del juego fallido de Bill Clinton para imponer un acuerdo de paz –que en realidad, era mucho más generoso con Israel que con los palestinos– en Camp David en los últimos días de su segundo período.
Y a pesar de su antipatía personal hacia el primer ministro israelí, Obama también sabe que, aparte del conflicto israelí-palestino, sus políticas en Medio Oriente están alineadas con Israel o dependen de la cooperación de Netanyahu.
Ambos quieren que se mantenga el acuerdo de paz Israel-Egipto. Ambos tienen que asegurar que la guerra civil en Siria no se dispare fuera de control, como han indicado en los últimos días las salvas a través de la frontera en las Alturas de Golán. Ambos prefieren dictadores amigos de Occidente en la región en lugar de ventajas para los islamistas.
Y, por cierto, ambos quieren limitar las ambiciones nucleares de Irán. Hasta ahora Netanyahu ha seguido renuentemente la línea estadounidense de “dar una oportunidad a las sanciones”, limitando su retórica respecto al lanzamiento de un ataque. Lo último que necesita la Casa Blanca es un malhumorado primer ministro israelí que oriente a sus cohortes en Washington a debilitar la política de EE.UU.
Un poco de esperanza para los oponentes de Netanyahu es que un presidente de EE.UU. contrariado todavía podría tomar una venganza limitada y devolver la pelota interfiriendo en las elecciones israelíes, que se celebrarán en enero. Podría respaldar a candidatos más moderados, como Olmert o Tzipi Livni, si decidieran presentarse como candidatos y hacerles parecr más creíbles.
Pero incluso eso sería arriesgado.
La evidencia demuestra que, sea cual sea la composición de la próxima coalición gobernante en Israel apoyará políticas poco diferentes de la presente. Eso refleja simplemente el bandazo hacia la derecha de los votantes israelíes, como indica un sondeo de este mes que muestra que un 80% cree ahora que es imposible llegar a la paz con los palestinos.
De hecho, en vista del ambiente en Israel, un intento evidente de Obama de ponerse de parte de uno de los oponentes de Netanyahu podría dañar sus posibilidades de éxito. Netanyahu ya ha demostrado a los israelíes que puede derrotar al presidente de EE.UU. en una contienda de miradas. Es probable que muchos israelíes concluyan que nadie está mejor colocado para controlar a un poco comprensivo Obama en su segundo período.
Frente a un consenso popular en Israel y el respaldo político en el Congreso de EE.UU. de una línea dura frente a los palestinos, Obama es un campeón poco probable del proceso de paz e incluso para la actual modesta ambición palestina de conseguir estatus de observador en las Naciones Unidas.
Actualmente está la amenaza de una votación sobre este asunto el 29 de noviembre y el líder palestino Mahmud Abbas parece esperar que el aniversario del plan de partición de la ONU de 1947 para Palestina suministre resonancia emocional.
Mientras tanto los principales partidos de Israel compiten por el gran bloque de votos derechistas. Shelley Yacimovich, líder del opositor partido laborista, negó la semana pasada que su partido sea “de izquierdas”, dando una señal de cuán desagradable resulta esa palabra en Israel. Evitó cuidadosamente toda mención de los palestinos o de temas diplomáticos.
Y la gran nueva esperanza de la política israelí, la exestrella de la televisión Yair Lapid, ha llegado a sonar rápidamente como un Netanyahu-light. La semana pasada se opuso públicamente a renunciar incluso a las partes palestinas de Jerusalén Este, argumentando que se podría intimidar a los palestinos para que entreguen su presunta capital.
La realidad es que la Casa Blanca tiene que aguantar a un gobierno israelí, con o sin Netanyahu, que rechaza un acuerdo con los palestinos. A medida que las tensiones vuelven a hacer erupción en la frontera entre Israel y Gaza amenazando con un ataque israelí, precisamente como ocurrió antes de la última elección israelí, parece de modo inquietante que serán cuatro años más de lo mismo.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/11/14/dont-expect-obama-to-take-on-israel/
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