Por Ernesto Carmona - Mapocho Press
El 39° aniversario del golpe militar contra Salvador Allende encuentra Chile en un franco despertar social y político, tras cuatro décadas de profundo adormecimiento inoculado por la dictadura militar.
La feroz represión, casi 4 mil muertos y desaparecidos, decenas de miles de personas encarceladas/torturadas y centenares de miles de expatriados permitieron al dictador Pinochet implantar la nueva versión neoliberal del capitalismo –ahora convertida en el catecismo mundial dominante–, mientras las clases populares estaban imposibilitadas de defender sus derechos y el miedo embargaba a gran parte de la población.
La llamada “reforma económica” o “economía social de mercado”, concebida para todo el planeta por el Consenso de Washington, la Comisión Trilateral, el Foro de Davos, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el grupo de Bildelberg, en fin, por todo el poder financiero y económico mundial que conducen el imperio estadounidense, su furgón de cola europeo y las corporaciones transnacionales, fue aplicada por primera vez en el planeta en este país cuando estaba sometido de rodillas, por la fuerza. Más tarde esas reformas se expandieron a todo el orbe en lo que comúnmente llaman “neoliberalismo”, la doctrina económica neoconservadora del capitalismo mundial contemporáneo, por lo demás en crisis.
Los poderes mundiales convirtieron a Chile en una gran máquina productora de ganancias extraídas de la explotación de recursos naturales, con mano de obra barata hasta hoy sobre-explotada, sin sindicatos ni organizaciones políticas que defendieran los intereses populares y nacionales, pero con todas las facilidades otorgadas la dictadura militar no logró atraer grandes capitales extranjeros y se hizo cada vez más impresentable por tantos crímenes de lesa humanidad. Pinochet se convirtió en un ícono mundial tan deleznable como Hitler.
Una vez hecho el trabajo sucio, quienes lo instalaron en el poder fraguaron un nuevo plan para sacarlo “por las buenas”, aunque con pequeñas patadas por debajo de la mesa de negociación. De nuevo, EEUU, Europa y las transnacionales financiaron, esta vez, a la “oposición democrática”, subvencionaron diarios y revistas –que después abandonaron–, impulsaron el plebiscito de 1988 y el país comenzó a transformarse “en la medida de lo posible”, tras las elecciones que en 1989 dieron el triunfo a Patricio Aylwin, uno de los más acérrimos enemigos de Allende e influyente factor desestabilizador de su gobierno como jefe del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y controlador de la mayoría en un Poder Legislativo que declaró ilegal su gobierno legítimo.
La Concertación de Partidos por la Democracia, liderada por el PDC, e integrada por el Partido Socialista (PS), el mismo de Allende pero “renovado” –como sus símiles europeos–, el Partido Radical Social Demócrata (PRSD) y el oportunista Partido Por la Democracia (PPD), creado por Ricardo Lagos sin ideología explícita, se afanaron por identificar “libertad económica” –léase neoliberalismo– con “libertad política” y con sus mandantes estadounidense-europeos lograron el flujo de abundante inversión extranjera, manteniendo intactas la estructura jurídica que garantizan toda clase de granjerías al gran capital transnacional, las mismas que fueron impuestas a la fuerza por la dictadura.
En 20 años de “transición a la democracia” no hicieron absolutamente nada serio por derogar la Constitución de 1980, el sistema binominal que garantiza la alternancia en el poder a las dos derechas (la Concertación y la tradicional golpista) al estilo estadounidense, liberalizaron aún más el ingreso de capitales foráneos, no tocaron el cobre nacionalizado por Allende y privatizado por Pinochet, mantuvieron intactos los bajos salarios, no repusieron la negociación colectiva de los trabajadores, etc. Siguieron esquilmando de mil maneras al pueblo trabajador con iniciativas desastrosas como la multitienda La Polar o el sistema de transporte urbano capitalino Transantiago, que eliminó a los pequeños empresarios, dejó el negocio en poder de grandes corporaciones locales y extranjeras y creó nuevos sufrimientos a quienes deben concurrir diariamente a trabajar.
Lo que está ocurriendo hoy en un despertar social ciudadano, liderado por los estudiantes, de carácter nacional, inspirado por un profundo desprecio a la clase política, los partidos, el Congreso, los militares, la Iglesia, los grandes medios y casi todos los factores del poder, según lo demuestran las encuestas. Las elecciones municipales del 28 de octubre revelarán cuáles serán los efectos de la medida desesperada por salvar al sistema de cúpulas políticas incorporando 5 millones de electores jóvenes al juego político, con “inscripción automática” a los 18 años y “voto voluntario”, sin castigos pecuniarios para quienes no concurran a las urnas.
Esta elección de alcaldes y concejales, no regida por el sistema binominal, dará algunas luces de lo que podría ocurrir en las presidenciales 2013. Mientras tanto, los movimientos sociales avanzan buscando su propio camino independiente del sistema político de partidos. La crisis de liderazgo chileno evoca la situación de la Venezuela pre-chavista que salió abruptamente de otro adormecimiento de más de 30 años, al despertar con el llamado “Caracazo” del 27 y 28 de febrero de 1989, cuando un pueblo sin organización ni conducción salió a las calles a impetrar sus derechos.
Los poderes mundiales convirtieron a Chile en una gran máquina productora de ganancias extraídas de la explotación de recursos naturales, con mano de obra barata hasta hoy sobre-explotada, sin sindicatos ni organizaciones políticas que defendieran los intereses populares y nacionales, pero con todas las facilidades otorgadas la dictadura militar no logró atraer grandes capitales extranjeros y se hizo cada vez más impresentable por tantos crímenes de lesa humanidad. Pinochet se convirtió en un ícono mundial tan deleznable como Hitler.
Una vez hecho el trabajo sucio, quienes lo instalaron en el poder fraguaron un nuevo plan para sacarlo “por las buenas”, aunque con pequeñas patadas por debajo de la mesa de negociación. De nuevo, EEUU, Europa y las transnacionales financiaron, esta vez, a la “oposición democrática”, subvencionaron diarios y revistas –que después abandonaron–, impulsaron el plebiscito de 1988 y el país comenzó a transformarse “en la medida de lo posible”, tras las elecciones que en 1989 dieron el triunfo a Patricio Aylwin, uno de los más acérrimos enemigos de Allende e influyente factor desestabilizador de su gobierno como jefe del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y controlador de la mayoría en un Poder Legislativo que declaró ilegal su gobierno legítimo.
La Concertación de Partidos por la Democracia, liderada por el PDC, e integrada por el Partido Socialista (PS), el mismo de Allende pero “renovado” –como sus símiles europeos–, el Partido Radical Social Demócrata (PRSD) y el oportunista Partido Por la Democracia (PPD), creado por Ricardo Lagos sin ideología explícita, se afanaron por identificar “libertad económica” –léase neoliberalismo– con “libertad política” y con sus mandantes estadounidense-europeos lograron el flujo de abundante inversión extranjera, manteniendo intactas la estructura jurídica que garantizan toda clase de granjerías al gran capital transnacional, las mismas que fueron impuestas a la fuerza por la dictadura.
En 20 años de “transición a la democracia” no hicieron absolutamente nada serio por derogar la Constitución de 1980, el sistema binominal que garantiza la alternancia en el poder a las dos derechas (la Concertación y la tradicional golpista) al estilo estadounidense, liberalizaron aún más el ingreso de capitales foráneos, no tocaron el cobre nacionalizado por Allende y privatizado por Pinochet, mantuvieron intactos los bajos salarios, no repusieron la negociación colectiva de los trabajadores, etc. Siguieron esquilmando de mil maneras al pueblo trabajador con iniciativas desastrosas como la multitienda La Polar o el sistema de transporte urbano capitalino Transantiago, que eliminó a los pequeños empresarios, dejó el negocio en poder de grandes corporaciones locales y extranjeras y creó nuevos sufrimientos a quienes deben concurrir diariamente a trabajar.
Lo que está ocurriendo hoy en un despertar social ciudadano, liderado por los estudiantes, de carácter nacional, inspirado por un profundo desprecio a la clase política, los partidos, el Congreso, los militares, la Iglesia, los grandes medios y casi todos los factores del poder, según lo demuestran las encuestas. Las elecciones municipales del 28 de octubre revelarán cuáles serán los efectos de la medida desesperada por salvar al sistema de cúpulas políticas incorporando 5 millones de electores jóvenes al juego político, con “inscripción automática” a los 18 años y “voto voluntario”, sin castigos pecuniarios para quienes no concurran a las urnas.
Esta elección de alcaldes y concejales, no regida por el sistema binominal, dará algunas luces de lo que podría ocurrir en las presidenciales 2013. Mientras tanto, los movimientos sociales avanzan buscando su propio camino independiente del sistema político de partidos. La crisis de liderazgo chileno evoca la situación de la Venezuela pre-chavista que salió abruptamente de otro adormecimiento de más de 30 años, al despertar con el llamado “Caracazo” del 27 y 28 de febrero de 1989, cuando un pueblo sin organización ni conducción salió a las calles a impetrar sus derechos.
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