Foto Evan Abramson |
Un golpe de Estado por la tierra
Por Benjamin Dangl - Toward Freedom
Cada agujero de bala en los postes de alumbrado en el centro de
Asunción, Paraguay, cuenta una historia.
Algunos de ellos son de guerras
civiles de hace décadas, otros de golpes exitosos y fracasados, otros
de represiones policiales. El tamaño del agujero, el ángulo del impacto,
todos hablan de un escape, una muerte, otro dictador en el palacio
junto al río.
El 22 de junio de este año, un nuevo tirano entró
en el palacio del gobierno. El derechista Federico Franco llegó a la
presidencia en lo que se consideró un golpe parlamentario contra el
Presidente izquierdista democráticamente elegido Fernando Lugo.
Lo
que está tras los titulares de hoy, de las luchas y combates políticos
por la justicia en Paraguay, es un conflicto por el acceso a la tierra,
la cual representa el poder y el dinero para las elites, la
supervivencia y la dignidad para los pobres, y ha estado en el centro de
importantes batallas políticas y sociales en Paraguay durante décadas. A
fin de comprender la crisis de Paraguay posterior al golpe, hay que
entender el peso político del suelo de la nación. Por lo tanto hay que
echar un vistazo a la historia de la guerra por los recursos naturales
de Paraguay, por la tierra, los eventos que condujeron al golpe, y a la
historia de la resistencia de una comunidad agrícola que se encuentra en
el corazón de la actual crisis de la nación.
El golpe y la tierra
La
esperanza rodeó la victoria electoral de Fernando Lugo en 2008, una
victoria que terminó con los 61 años de dominación de la política
paraguaya por parte del Partido Colorado. Fue una victoria contra la
injusticia y la pesadilla de la dictadura de Alfredo Stroessner
(1954-1989) y una nueva adición a los gobiernos de tendencia
izquierdista de la región. La elección de Lugo, exobispo y partidario de
la teología de la liberación, se debió en gran parte al apoyo en la
base del sector campesino y a la promesa de Lugo de realizar la
imprescindible reforma agraria
No obstante, Lugo estuvo aislado
políticamente desde el comienzo. Tuvo que aliarse con la derecha para
ganar la elección; su vicepresidente, Federico Franco, es un dirigente
del derechista Partido Liberal y fue un elocuente opositor de Lugo desde
poco después de su llegada al poder. Durante toda la estadía en el
poder de Lugo, el Partido Colorado mantuvo una mayoría en el Congreso y
hubo varios intentos derechistas de destitución del “Obispo Rojo”.
Semejantes desafíos impidieron el progreso de Lugo y crearon un ambiente
político y mediático dominado por ataques y críticas casi permanentes
contra él.
Al mismo tiempo, Lugo no mostró una actitud positiva
hacia el sector campesino que ayudó a llevarlo al poder. Su gobierno
ejerció regularmente una severa represión y criminalización de los
movimientos campesinos del país. Por lo tanto se vio aislado desde
arriba en el ámbito político y abajo carecía de una fuerte base política
debido a su posición hacia los movimientos sociales y el lento progreso
de la reforma agraria. A pesar de todo muchos sectores izquierdistas y
campesinos consideraban a Lugo un aliado relativo y una fuente de
esperanza frente a la alternativa derechista.
El problema que
terminó por inclinar la balanza hacia el golpe parlamentario del 22 de
junio contra Lugo fue un conflicto por la tierra. En abril de este año,
60 campesinos sin tierras ocuparon tierras en Curuguaty, en el noreste
de Paraguay. Esa tierra es de propiedad del exsenador colorado Blas N.
Riquelme, uno de los mayores y más ricos terratenientes del país. En
1969, el gobierno de Stroessner dio ilegalmente a Riquelme 50.000
hectáreas de tierras que supuestamente debían destinarse a campesinos
pobres como parte de la reforma agraria. Desde el retorno a la
democracia en 1989, los campesinos han estado luchando por obtener
acceso a esas tierras. La ocupación de tierras en abril fue uno de esos
intentos. El 15 de junio, fuerzas de seguridad llegaron a Curuguaty para
desalojar a los campesinos sin tierras. El enfrentamiento resultante
durante el desalojo (los detalles específicos de este último siguen
siendo confusos) condujo a la muerte de 17 personas, incluidos 11
campesinos y 6 policías. Ochenta personas resultaron heridas.
Aunque
ciertamente fue el enfrentamiento más sangriento de este tipo desde la
dictadura, fue solo uno de las docenas de conflictos semejantes que han
tenido lugar en los últimos años en una nación con enorme desigualdad en
la distribución de la tierra. La reacción de la derecha ante este tipo
de conflictos fue generalmente tomar partido por los terratenientes y
dirigentes empresariales y criminalizar a los activistas campesinos.
Ante la tragedia de Curuguaty, la derecha vio una oportunidad más de
actuar contra Lugo.
La derecha culpó a Lugo de los sangrientos
acontecimientos en Curuguaty, una acusación carente de fundamento pero
que sirvió de alimento a los continuos ataques políticos contra el
Presidente. Como respuesta a las críticas, Lugo reemplazó a su ministro
del Interior por el miembro del Partido Colorado Rubén Candia Amarilla,
exfiscal conocido por su criminalización de grupos sociales
izquierdistas y campesinos, quien fue entrenado en Colombia para
exportar políticas al estilo del Plan Colombia a Paraguay. Lugo también
convirtió al Comisario General de Policía Moran Arnaldo Sanabria (quien
estuvo a cargo de la operación de Curuguaty) en Director Nacional de
Policía.
De esta manera, Lugo entregó los principales poderes de
seguridad y represión del Estado al Partido Colorado. La acción fue un
esfuerzo por evitar el juicio político de la derecha, pero fue
contraproducente: el Partido Liberal se opuso a los reemplazos de Lugo, y
empoderado por las críticas al manejo de Curuguaty por parte de Lugo,
colaboró con el Partido Colorado y otros partidos derechistas del
Congreso para proceder a la destitución.
El proceso comenzó el 21
de junio, y dentro de las 24 horas siguientes el Senado se reunió e
inició oficialmente el juicio, dando a Lugo solo dos horas para su
defensa. Al día siguiente, Lugo fue destituido en una votación de 39
contra 4. Fue acusado de alentar ocupaciones de agricultores sin
tierras, de mal manejo como Presidente y de no haber logrado la armonía
social en el país. Lugo renunció y el vicepresidente y dirigente del
Partido Liberal, Federico Franco, tomó su lugar. Ahora se planifican
nuevas elecciones para abril de 2013.
Este golpe parlamentario
fue condenado por antidemocrático e ilegal por muchos dirigentes
latinoamericanos que se negaron a reconocer a Franco como Presidente
legítimo. Como reacción al golpe, bloques comerciales y políticos
latinoamericanos como Unasur y Mercosur han suspendido la participación
de Paraguay en sus organizaciones hasta las elecciones del próximo año.
Como era de esperar, la Organización de Estados Americanos decidió no
suspender a Paraguay de su calidad de miembro del grupo porque, según el
secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, hacerlo crearía más
problemas en el país y lo aislaría regionalmente. Es el segundo golpe en
la región en los últimos años; en junio de 2009, el presidente
hondureño Manuel Zelaya fue depuesto en circunstancias similares.
El
telón de fondo de esta lucha política es una batalla para controlar,
utilizar y distribuir las vastas tierras de Paraguay. Aproximadamente un
2% de los terratenientes controlan un 80% de las tierras del país y
unas 87.000 familias de agricultores carecen de tierras. Aunque Lugo no
cumplió muchas de sus promesas electorales al sector campesino, en
realidad trabajó para bloquear muchas de las políticas de la derecha que
habrían empeorado la crisis en el campo. Por ejemplo, Lugo y su
gabinete se resistieron al uso de semillas transgénicas de algodón de
Monsanto en Paraguay, una acción que probablemente contribuyó a su
destitución. Sin embargo, incluso antes de la elección de Lugo, las
alianzas y victorias políticas estuvieron influenciadas por la cuestión
de la tierra. Las corporaciones agroindustriales multinacionales están
firmemente arraigadas en la política paraguaya y sus enemigos
fundamentales en esta guerra por los recursos han sido siempre los
campesinos paraguayos.
Un mar de soja
Durante
décadas, los pequeños agricultores de Paraguay han sido atormentados por
un maremoto de cultivos de OGM y de pesticidas que se propagan por todo
el campo. Paraguay es el cuarto productor de soja del mundo, y la soja
representa un 40% de las exportaciones paraguayas y un 10% del PIB del
país. Se calcula que veinte millones de litros de agroquímicos se
fumigan en Paraguay cada año, envenenando a la gente, el agua, la tierra
cultivada y el ganado que encuentran en su camino.
Compañías
transnacionales de semillas, agrícolas y de agroquímicos que incluyen a
Monsanto, Pioneer, Syngenta, Dupont, Cargill, Archer Daniels Midland
(ADM) y Bunge dirigen la enorme agro-industria. Instituciones
financieras internacionales y bancos de desarrollo han promovido y
financiado el negocio de agro-exportaciones de cosechas de monocultivos,
gran parte de la soja paraguaya se utiliza para alimentar animales en
Europa. Los beneficios han unido a entidades políticas y corporativas de
Brasil, EE.UU. y Paraguay y han aumentado la importancia de la
cooperación de Paraguay con empresas internacionales.
Desde los
años ochenta, grupos militares y paramilitares nacionales conectados a
grandes empresas agrícolas y terratenientes han desalojado de sus casas y
campos a casi 100.000 pequeños agricultores y han impuesto la
reubicación de innumerables comunidades indígenas para favorecer los
campos de soja. Mientras tanto más de cien dirigentes campesinos han
sido asesinados en este período y solo uno de los casos fue investigado y
llevó a la condena del asesino. En el mismo período, más de 2.000
campesinos se han enfrentado a acusaciones contra ellos por su
resistencia a la industria de la soja. La vasta mayoría de los
agricultores paraguayos han sido alejados de sus terrenos por los
productos tóxicos, sea intencionalmente o como un efecto secundario de
los peligrosos pesticidas utilizados cada año para el cultivo de la soja
en Paraguay. Desde el principio de los años noventa, cuando los
agricultores vieron la muerte de sus animales, la ruina de sus cultivos,
las enfermedades de sus familias y la contaminación de sus pozos, la
mayoría tomó sus cosas y se mudó a la ciudad.
El caos infligido
por las agroindustrias ha causado parte de las violaciones más graves de
los derechos humanos desde el reinado de Stroessner. Un informe del
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) de la
Organización de las Naciones Unidas señaló que “la expansión del cultivo
de la soja ha traído consigo el uso indiscriminado de pesticidas
tóxicos, provocando muerte y enfermedad en niños y adultos,
contaminación del agua, desaparición de ecosistemas, y daño a los
recursos nutritivos tradicionales de las comunidades”.
La
expansión de la industria de la soja ha ocurrido en tándem con la
violenta opresión de pequeños agricultores y comunidades indígenas que
ocupan las vastas propiedades de tierra de los ricos. La mayoría de los
paraguayos que viven en el campo realizan diversos cultivos de
subsistencia en pequeños terrenos de entre diez y veinte hectáreas, pero
no tienen títulos de propiedad de sus tierras ni reciben generalmente
ayuda del Estado. El gobierno paraguayo ha representado históricamente a
los cultivadores de soja en este conflicto, utilizando a la policía y
al sistema judicial para castigar a los dirigentes campesinos.
La
pequeña comunidad agrícola de Tekojoja ha estado en la vanguardia de
esta lucha durante años. Su historia y su lucha son representativas de
innumerables comunidades agrícolas en el campo paraguayo.
La resistencia de Tekojoja
El
primero de varios autobuses que tomamos desde Asunción hacia Tekojoja
en abril de 2009 se calentó como una sauna mientras una polca resonaba
en la radio. Vendedores ambulantes subían al autobús ofreciendo gafas de
sol, radios y DVD piratas. Vendedores particularmente entusiastas
pronunciaban apasionados discursos sobre las características superiores
de su producto, presionando con muestras a los pasajeros reacios y
aburridos. Un argumento de ventas prometía que las píldoras de ajo
podían curar el insomnio y el cáncer.
Pasamos innumerables campos
de soja y silos de Cargill, pero también pequeños puestos de pequeños
agricultores y simples restaurantes al borde de la ruta donde la gente
se podía escapar hacia la sombra con una cerveza fría. La carretera de
tierra de Caaguazú hacia Tekojoja era un espacio escabroso de ardiente
arena roja; Necesitamos tres horas para viajar 50 kilómetros. El autobús
se abrió camino por sobre profundos baches, su motor alcanzaba un tono
febril y cada uno de sus huesos de metal rechinaba junto a los de sus
pasajeros.
Esa misma noche llegamos a Tekojoja y fuimos a la casa
de Gilda Roa, una estructura hecha por el gobierno, sin agua corriente
(aunque el gobierno construyó el edificio, nunca terminó la instalación
de cañerías). Activista de los derechos a la tierra y de los
agricultores, la camisa de Gilda mostraba plantas que irrumpían a través
de un código de barras. Dentro de su casa, las paredes estaban
cubiertas de afiches contra la soja y los OGM. Sacó al jardín sillas de
plástico para nosotros, con brillantes estrellas como telón de fondo, y
comenzó a hablar. Gilda pasó de 2000 a 2002 en Asunción, estudiando para
ser enfermera y había trabajado en su profesión en una localidad
cercana. Cuando la visitamos, en abril de 2009, estaba dedicada
exclusivamente al activismo en su comunidad. Mientras la música
paraguaya sonaba en la radio y las mariposas nocturnas se reflejaban en
las luces, Gilda nos contó la historia de su comunidad y su lucha contra
la soja transgénica.
La comunidad de Tekojoja es la sede del
Movimiento Agrario Popular (MAP) de Paraguay. Es un sitio que ha
enfrentado la enorme represión de los agricultores de la soja y sus
matones y ha liderado una legendaria resistencia en su contra,
produciendo numerosos dirigentes campesinos.
Tekojoja se
encuentra sobre tierra entregada a los campesinos como parte de un
Programa Público de Reforma Agraria. En los años noventa, agricultores
brasileños de la soja –con matones armados, abogados y conexiones
políticas para su protección– se expandieron gradualmente sobre la
tierra de la comunidad, imponiendo una serie de violentos desalojos de
las familias de agricultores. En 2003, el MAP comenzó a recuperar las
tierras que les habían sido arrebatadas por los brasileños, pero jueces
corruptos y mercenarios contratados por los productores de soja
siguieron expulsando a los agricultores de sus tierras.
El 2 de
diciembre de 2004, terratenientes brasileños acompañados de policías
quemaron numerosas casas y tierras agrícolas en Tekojoja como parte de
un proceso de desalojo. Una declaración del MAP describió ese brutal
acto:
Después de que los tractores destruyeron nuestros cultivos, llegaron con sus grandes máquinas y comenzaron de inmediato a sembrar soja mientras el humo seguía saliendo de las cenizas de nuestras casas. Al día siguiente retornaron con bueyes y volvieron a plantar en todos los campos sobre la tierra preparada. Cuando llegaron los policías, los enfrentamos con nuestras herramientas y machetes. Éramos unos setenta y estábamos listos para enfrentarlos. Finalmente se fueron.
Las casas y
los cultivos de los campesinos fueron destruidos y no contaban con
ninguna seguridad de que los brasileños no organizarían otro desalojo. A
pesar de ello, como la mayoría no tiene ningún otro sitio adónde ir,
los miembros de la comunidad decidieron perseverar, quedarse en sus
tierras y luchar por su reconocimiento legal como propietarios. Gilda
explicó: “Plantamos semillas con temor ya que no sabíamos si nuestros
cultivos serían destruidos. Y comenzamos a construir las casas”. Pero de
nuevo, a las 4 de la mañana del 24 de junio de 2005, los brasileños y
los policías atacaron la comunidad. “Arrestaron a niños, ciegos,
ancianos y mujeres embarazadas, a todos, lanzándolos a todos a un
camión”, dijo Gilda. “Rociaron las casas con gasolina y petróleo y las
quemaron todas mientras continuaban los arrestos”.
En este
enfrentamiento entre matones, policías, y campesinos desarmados, dos
agricultores, a quienes los brasileños identificaron erróneamente como
dirigentes del MAP y los hermanos Jorge y Antonio Galeano, fueron
asesinados a tiros. Una de las víctimas fue Angel Cristaldo
Rotela, un joven de 23 años que estaba a punto de casarse y que acababa
de construir su propia casa el día antes que fuera quemada totalmente
por los policías. La esposa de Leoncio Torres, la otra víctima, quedó
sola con ocho hijos. Un monumento se ha erigido en el centro de la
comunidad en memoria de los campesinos caídos.
Después de los
asesinatos, campesinos y activistas de todo el país se manifestaron en
apoyo de Tekojoja y ayudaron a los miembros de la comunidad asediada con
lonas y alimentos. Finalmente, la Corte Suprema dictaminó que la tierra
debía entregarse a los agricultores locales, y como parte de las
reparaciones por la violencia sufrida por la comunidad, el presidente
Nicanor Frutos ordenó la construcción de cuarenta y ocho casas. El
sufrimiento de Tekojoja ilustra la situación en la que se encuentran
numerosas comunidades agrícolas de todo Paraguay. Mientras los
residentes de Tekojoja permanecen en sus tierras, muchos otros se ven
obligados a huir a los barrios bajos de la ciudad mientras los
productores de soja los expulsan de las suyas.
Gilda explicó este ciclo de desplazamiento:
Cuando los pequeños agricultores están desesperados y los pesticidas los están afectando, no poseen medios para sobrevivir, por lo tanto venden sus tierras por poco dinero, que es más del que jamás han tenido, pensando que la vida en la ciudad será mejor, más fácil, pero no es tan fácil. Mucha gente que termina recogiendo basura en la ciudad proviene del campo. No saben cómo administrar su dinero, por lo tanto, por ejemplo, gastan todo su dinero en un coche usado, maltrecho, y terminan en la ciudad, sin un centavo, sin trabajo o dónde vivir.
La
victoria de Tekojoja se debió a la tenacidad de los agricultores que se
negaron a abandonar sus tierras por la falsa promesa de una vida rica
en la ciudad. Pero su lucha está lejos de haber terminado. Aunque
arrancaron las plantas de soja de sus tierras, los residentes viven
encerrados entre espacios aparentemente ilimitados de soja y ellos, sus
animales y sus cultivos siguen sufriendo la exposición a pesticidas
tóxicos.
Al amanecer del día siguiente, la mayoría de los vecinos
de Gilda ya estaban en pie, yendo al trabajo antes de que el sol se
hiciera insoportable. Los pollos pululaban alrededor de las casas, los
patios de tierra roja todavía estaban húmedos de rocío nocturno y se
oían radios sintonizadas a una emisora comunitaria que mezclaban música y
comentarios políticos en guaraní. Un activista comunitario vecino nos
invitó a su casa para comenzar el día con la bebida esencial de los
paraguayos, yerba mate servida caliente por la mañana y preparada
especialmente con coco y romero. Nos sentamos en su cocina mientras el
sol se filtraba entre las tablas del muro, iluminando nubes de humo del
fuego, mientras sus hijos y los cerdos jugaban en el piso de tierra.
Una
aciaga presencia surgía amenazadoramente sobre esa bucólica escena. Los
vecinos agricultores brasileños de la soja ya habían aparecido con sus
tractores, fumigando pesticida sobre los cultivos cercanos. Pude oler
los productos químicos en el aire. Caminamos hacia los campos hasta que
aumentó el dulce olor tóxico. Pasamos muy cerca de un tractor mientras
las nubes de pesticidas se aproximaban. Comencé a sentir una sensación
desorientadora de mareo y náusea. Mis ojos, garganta y pulmones ardían y
me dolía la cabeza, algo que la gente del lugar sufre todos los días.
La enfermedad física causada por los pesticidas contribuye a quebrar la
resistencia de los campesinos.
Eso me recordó que estaba en una
comunidad sitiada, no solo por los cultivos de soja que cercan estas
islas de humanidad o los pesticidas que penetran cada fuente de agua,
cultivo y conversación, sino también porque los agricultores brasileños
de la soja viven cerca y conducen a través de estas comunidades
empobrecidas con total impunidad con los cristales de sus brillantes
camiones nuevos bien cerrados. Subidos de un modo algo precario en los
asientos traseros de unas pocas motonetas, anduvimos a saltos por los
caminos de tierra, que desaparecían en sendas hacia otro grupo de casas.
En camino hacia ellas, pasamos a un brasileño que nos observó hasta
perdernos de vista. Gilda lo conocía: había participado en la
destrucción e incendio de sus casas. El hecho de que siguiera en
libertad empeoraba las cosas. Y si los habitantes del lugar los
acusaran, dijo Gilda, o incluso gritara a los asesinos brasileños,
aparecería la policía y se los llevaría a la cárcel. “Es la parte más
difícil” explicó. “Los vemos y no podemos hacer nada”.
La
motoneta rodó hasta detenerse frente a la casa de Virginia Barrientos, a
pocos kilómetros de la de Gilda, directamente junto a un campo de soja.
La tierra en la que Barrientos vivió durante los últimos cuatro años es
una península que penetra en un mar de soja. Ocupó su tierra, que solía
estar cubierta de soja, en febrero de 2005 y consiguió la propiedad
legal sobre ella. Pero la vida después de recuperar la tierra no ha sido
fácil; los pesticidas han aterrorizado a su familia desde que se mudó
allí.
“Justo antes de que cosechemos nuestro alimento los
brasileños fumigan pesticidas muy poderosos”, explicó Virginia. “Esos
pesticidas causan los dolores de cabeza, la náusea, la diarrea que todos
sufrimos”. Sus delgados hijos están junto a ella en el pórtico de la
casa. “Hay muchos problemas con el agua”, siguió diciendo. “Cuando
llueve, los pesticidas afectan nuestra única fuente de agua”.
Virginia
Barrientos dijo que los pesticidas también afectan a sus plantas y
animales, y causan que algunos de los cultivos tengan un gusto demasiado
amargo para consumirlos. Las crías de sus cerdos murieron y los pollos
están enfermos. Parte del problema, señaló, es que los agricultores
brasileños de la soja deciden intencionalmente fumigar durante fuertes
vientos que transportan el veneno hacia su tierra. Pasamos tallos con
mazorcas muertas de camino a su pozo, que insistió en mostrarnos. Estaba
ubicado al final de un largo campo de soja, de modo que el
escurrimiento del campo corría hacia el pozo, concentrando los
pesticidas en su única fuente de agua. La familia vive en una miseria
envenenada mientras el productor de soja responsable reside en un
relativo lujo lejos de sus campos.
Isabel Rivas, vecina de
Virginia, nos dijo con una amplia sonrisa y sonora risa a pesar de su
lamentable situación: “Cuando bebemos el agua podemos oler los productos
químicos. Resulta que lavan sus fumigadores químicos en nuestra fuente
de agua, en un pequeño riachuelo cercano”. Virginia estaba de pie frente
a su casa amamantando a su bebé mientras los pollos picoteaban
cacahuetes en su patio. Los niños nos miraban con los ojos bien
abiertos. “No podemos ir a otra parte”.
Aunque la incapacidad y
renuencia de Lugo a encarar suficientemente semejantes dificultades
constituyó una traición a su base, el reciente golpe contra él fue
también un golpe contra la esperanza, un golpe contra Virginia y sus
hijos, contra Gilda y sus vecinos, y contra los cientos de miles de
agricultores que luchan en el campo. Detrás del golpe yace un vasto
país, en parte envenenado, en parte todavía fértil, y en gran parte
bañado en lágrimas y sangre. Hasta que se realice la demanda de justicia
por la tierra no habrá paz en Paraguay, no importa quién duerma en el
palacio presidencial.
Fuente: Toward Freedom
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