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Por Miguel Cruz Santos /Abayarde Rojo - Rebelión
El 21 de enero de 1932 irrumpía en el cruento escenario de la lucha
de clases una proclama de singular relevancia histórica dirigida al
pueblo trabajador salvadoreño:
Camaradas:
El
Partido Comunista, que es el Director del Proletariado, hacia la
victoria final que sólo podrá alcanzarse hasta que hayan sido suprimidas
el hambre, la desocupación, y todas las demás formas de esclavitud a
que la clase rica y el imperialismo nos condenan a nosotros los
trabajadores, ha sostenido para bien de los trabajadores una lucha
encarnizada contra los gobernantes y los grandes propietarios… El
gobierno y los ricos descaradamente nos demostraron que mientras la
clase rica no caiga del poder por la fuerza de todos nosotros, siempre
seremos sus esclavos.
En presencia de todo esto, el
Comité Central del Partido Comunista, que representa la opinión de todos
los trabajadores y trabajadoras de la República, ordena: (1) El
armamento de todos los obreros y campesinos y el establecimiento del
Cuartel General del Ejército Rojo de El Salvador; (2) La insurrección
general de los trabajadores y trabajadoras hasta establecer un gobierno
de obreros, campesinos y soldados.
Camaradas obreros:
¡ármense y defiendan la Revolución Proletaria! Camaradas
ferrocarrileros: ¡tomen los ferrocarriles y pónganlos al servicio de la
revolución! Camaradas campesinos: ¡tomen las tierras de las grandes
haciendas y fincas y protejan al que actualmente tiene un pedazo de
tierra y defiendan sus conquistas revolucionarias con las armas sin
piedad para los ricos! Camaradas: ¡formemos consejos de obreros,
campesinos y soldados!
La gran depresión 1929, que en pocas semanas se
propagó como pólvora por todo el mundo, tuvo un impacto especialmente
devastador en América Latina. Después del crack de Wall Street
en octubre de 1929 las masas explotadas y oprimidas lanzadas a una
mayor miseria se levantaron por todo el continente, y, con ello, ningún
régimen podía sentirse seguro. En Cuba cayó la dictadura neocolonial de
Gerardo Machado; en Brasil, una insurrección obrera y militar puso en
jaque al régimen de Getulio Vargas; en El Salvador, la oligarquía y el
imperialismo temblaban ante la rebelión proletaria dirigida por el
Partido Comunista.
Con la gran depresión, el dramático descenso de
los precios internacionales del café llevó a la quiebra a la economía
salvadoreña, pues la producción del ‘grano de oro’ representaba el 95%
de las exportaciones. La oligarquía cafetalera, como siempre ocurre con
todas las clases explotadoras, pretendió pasarles los costos de la
crisis a las masas desposeídas que se batían como nunca antes en una
lucha desesperada por la supervivencia –en un país en que el 90 % de la
riqueza del país estaba en manos del 0.5 % más rico de la población–.
Para ello, la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, llegado al
poder con el golpe militar de diciembre de 1931, buscaba una salida a la
crisis suprimiendo las conquistas sociales que había alcanzado el
pueblo hasta entonces y reduciendo los salarios, ya de hambre, en un
30%.
El estallido social no se hizo esperar. Terminada la primera
quincena de enero de 1932, las masas obreras, campesinas e indígenas se
lanzaron a las calles y caminos rurales. Contribuyó significativamente a
la movilización el nivel de organización, militancia y combatividad de
la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador (FRTS), fundada en
1924, y del Partido Comunista de El Salvador (PCS), convertido en pocos
meses después de su fundación en marzo de 1930 en un verdadero partido
de masas, A la huelga general le sucedió inmediatamente la insurrección
armada convocada por el PCS.
Los combates se iniciaron al clarín
proletario del 22 de enero. Las masas insurrectas tomaban poblados y
haciendas y sumaban algunos soldados a la rebelión. Sin embargo, en tres
días, la desigual contienda se selló con un saldo sangriento: 30,000
obreros y campesinos masacrados luego de ser arrestados.
Entre los
fusilados estaban los dirigentes del Partido Comunista, Alfonso Luna,
Mario Zapata y Agustín Farabundo Martí, veterano organizador obrero y
combatiente centroamericano. Sobre esos días y este inmortal héroe, su
pueblo nunca vencido, aún canta:
Dicen que dicen que vieron pasar
/ a Farabundo Martí, / por Izalco, Juayúa y León, / por Sonsonate y
Quiché. / Por Nicaragua y El Salvador, / por Guatemala pasó… / con su
luz de liberación / Farabundo llegó... Treinta mil los que cayeron, /
obreros y campesinos. / Ninguno de ellos ha muerto / y volverán al
camino / con Farabundo Martí. / Nuestra historia fusilada / volverá un
amanecer: / ¡La victoria está cercana!
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