El régimen político de El Salvador se basa en una clase dominante que ha
impuesto sus directrices a partir de su poder incuestionable y su poder
político ideológico movedizo, estos sectores han dominado a la sociedad
desde los albores de 1811 y hasta ahora el fenómeno de la dominación no
ha sido acompañado de la dirección.
En el ejercicio de estos poderes
oligárquicos, ha predominado la imposición.
Negociar no ha sido la practica, hacer
concesiones tampoco, escuchas las posiciones y los intereses de la otra
parte mucho menos, ha sido la fuerza y su uso exclusivo la que ha
marcado el rumbo del país hasta la ultima guerra de 20 años.
En
la sociedad salvadoreña se han desarrollado, desde 1821, tres grandes
expresiones de confrontación que con sus definidas características han
echo referencia dramática y sangrienta a la ausencia de solución
política, de intereses confrontados que se convierten en antagónicos y
chocan sangrientamente, se trata de un proceso que se inicia en 1832 con
el levantamiento de Anastasio Aquino, pasa por el levantamiento de 1932
con Farabundo Martí como figura central y culmina con la guerra de 20
años resuelta mediante acuerdos políticos.
Aquí aparecen, en
medio de la sangre el odio implacable, la guerra sin cuartel entre los
bandos y la intervención extranjera, figuras nuevas como el dialogo, la
negociación, los mediadores, acuerdos de paz y los negociadores de esos
acuerdos; en cierto modo se rompe con el curso de los acontecimientos
porque aparecen una nueva correlación de fuerzas que, construida durante
la guerra de 20 años puso a los sectores dominates ante la disyuntiva
ineludible de negociar, estamos diciendo que la negociación no se basa
ni en la confianza ni en la buena fe de las partes y que esta figura
aparece solamente cuando hay una correlación de fuerzas que la torne
inevitable, y no se trata, como se podía pensar, de una comprensión o de
un elevamiento de la inteligencia o mucho menos de una luz celestial
que indique el camino.
Toda negociación contiene un acto de
fuerza empezando porque los negociadores han de ser fuertes y la
búsqueda del acuerdo parte, inevitablemente, de los desacuerdos, y esto
quiere decir que el acuerdo nace y depende de la prioridad, tratamiento y
abordaje que se haga de los desacuerdos existentes; pero no solo de eso
porque por muchos desacuerdos que existan nunca un fuerte negocia con
un débil a menos que éste débil deje de serlo y el fuerte no tenga otro
camino mas que negociar. Al mimo tiempo toda negociación resulta ser una
confrontación porque solo los que confrontan negocian aunque no todos
porque terminan negociando aquellos confrontados en donde no hay
derrotados, dado que al darse una derrota desaparece la necesidad de
negociar y aparece la oscura figura de la rendición cuyos términos no
son negociables.
Toda mesa de negociación es un escenario de
confrontación pero en busca de un acuerdo, esto quiere decir que entre
negociar y confrontar hay puentes no siempre visibles pero que resultan
necesarios cruzar. No todo dialogo se convierte en negociación aunque
toda negociación presupone dialogo, de nuevo el mero dialogo, por útil
que resulte, se tornará negociación solo si las partes que dialogan
cuentan con la fuerza necesaria para convertirse en interlocutores
válidos.
La figura de la paz termina siendo, por contar con
fronteras sinuosas, la mera ausencia de guerra y, por engañoso que este
uso resulta para los seres humanos, fue ésta noción de paz la que en
definitiva se impuso en El Salvador.
Porqué fue posible la
negociación en El Salvador, aun cuando negociar no se usa en el régimen
imperante ¿se trata de tres factores muy relacionados: el primero es la
disolución de la Unión Soviética, el segundo es la ofensiva militar del
FMLN de noviembre de 1989 y el tercero es la decisión del Gobierno
Estadounidense de negociar el fin de la guerra.
Resulta necesario
precisar que en ningún momento la oligarquía dominante o la fuerza
armada gubernamental compartieron la decisión política de negociar la
guerra porque ambos sectores buscaron siempre y con gran afán una
solución militar.
La ofensiva militar del FMLN de 1989 demostró
que una solución militar solo era posible al mas largo plazo y para que
la fuerza armada contara con posibilidades de vencer era necesaria,
además del plazo una intervención militar directa de los Estados Unidos,
para este país el derrumbe de la Unión Soviética señaló el momento de
terminar su apoyo a la larga guerra que la oligarquía desarrollaba en El
Salvador y, de esta manera, la Casa Blanca pasó a imponer a la
oligarquía salvadoreña y a sus fuerzas armadas una solución negociada,
este viraje convirtió el dialogo en negociación y apreciemos el peso que
el factor externo jugó en ese movimiento.
En la guerra civil salvadoreña aparece el diálogo desde 1982, y el
gobierno de Estados Unidos designa a Philip Habib, su negociador
estrella de los Acuerdos de Camp David, que amarró a Egipto a la
política israelita, como su representante en las conversaciones con la
guerrilla. Posteriormente designa al señor Richard Stone. Este diálogo
tenía como propósito lograr la rendición de la naciente guerrilla para
que se pudiera negociar.
Conviene saber que toda negociación supone diálogo, pero no todo diálogo es negociación. Esta aparece cuando se adoptan acuerdos, para empezar, el de una agenda de negociación, y se entra al juego de los acuerdos y desacuerdos, y al avance del cumplimiento de esa agenda. A esto entramos solamente después de la ofensiva militar de 1989, cuando estaban dadas las condiciones nacionales y, sobre todo, internacionales.
Los acuerdos políticos de Chapultepec no fueron acuerdos de paz, sino una serie de puntos necesarios para terminar con la guerra y otros puntos para establecer aparatos políticos vinculados con el fin de la guerra. El nombre de acuerdos de paz apareció en determinado momento sin que esto exprese la esencia de los mismos, a menos que se entienda por paz la simple ausencia de guerra.
El fin de la guerra no supuso el fin del conflicto porque éste no fue negociado. Recordemos que lo que llamamos conflicto resulta ser parte de la realidad, aunque no siempre este se convierte en guerra, a menos que se acumulen y produzcan antagonismos insuperables. Estos acuerdos políticos produjeron el fin de la guerra pero no el abordaje del conflicto social, económico y político que generó precisamente la guerra.
Pero hay algo más grave, porque llegados a este punto, se decide renunciar a la post guerra y se produce un caso que no funciona así en la historia, y una guerra sangrienta e inclemente que ha durado 20 años, pasa de inmediato a algo que se llamó paz, sin construir nada que pudiera restañar, restaurar, reparar, reconstruir, todo el tejido social, humano, psicológico, mental y material de los seres humanos involucrados directa o indirectamente. La paz, entonces, aparece como un listón de papel de china que pasa a funcionar como un adormecimiento de la combatividad del pueblo y aparece como una especie de conquista de la guerra, que era necesario cuidar y preservar, no protestando, no reclamando, porque, en caso contrario, podía regresar la guerra. Este diseño tenía un claro contenido electoral para los partidos de derecha y para el nuevo partido FMLN, que había sucedido al FMLN guerrillero, que había muerto incluso antes de que se firmaran los acuerdos.
La sola palabra guerra desaparece del lenguaje político y la palabra paz pasa a ser la red más conveniente para la captura de votos. En realidad se están sentando las bases para que la guerra civil, que terminó como negociación, se convirtiera durante 20 años en la actual guerra social que estremece a la sociedad.
El factor internacional resultó ser el decisivo para la negociación porque fue la decisión de Washington, luego del derrumbe de la Unión Soviética y la brillante ofensiva militar del FMLN en noviembre de 1989, el factor que determina el viraje, y es necesario destacar que ni la Fuerza Armada, ni las oligarquías, entendían y mucho menos respaldaban una política de negociación. Fue la Casa Blanca la que determinó abrir las mesas, en contra de la voluntad de estos sectores.
Internamente, una vez terminada la guerra, El Salvador se convierte en un laboratorio neoliberal, el más completo, total y abarcante. Por eso, durante 20 años se desmantela el Estado, se impone el reinado del mercado, se convierte al ser humano en consumidor, se aniquila la agricultura, se renuncia a la soberanía alimentaria, se convierte a la naturaleza en simple mercancía, se abre y se entrega la economía a las empresas transnacionales, se convierte la emigración en política de Estado y sostén de la economía, y así, 20 años después de los acuerdos, El Salvador se encuentra en el momento mas oscuro de su historia, siendo el país más vulnerable del mundo, el más atrasado y débil de Centroamérica, el más pobre y empobrecido, y con una democracia que solo comprende a las elecciones, pero no a la economía, ni a la política, ni a la vida de las personas. Puestas las cosas así, se puede afirmar que la situación actual resulta ser una consecuencia inevitable de toda aquella política que se diseño al fin de la guerra.
La guerra, sin embargo, produjo 2 consecuencias políticas de importancia histórica que no aparecen en los acuerdos ni podían aparecer en los acuerdos, y estos son: el fin de la dictadura militar de derecha, montada desde 1932, y el fin del papel de la Fuerza Armada como clase gobernante. Estos dos aspectos, son los de mayor profundidad e impacto en el régimen político, pero que sin embargo, no logran conmover el autoritarismo del poder político, ni la forma de hacer política de los sectores dominantes, que siguen, hasta el día de hoy, siendo autoritarios, aunque perdiendo el control de la economía del país que aparece en manos de empresas transnacionales extranjeras.
Conviene saber que toda negociación supone diálogo, pero no todo diálogo es negociación. Esta aparece cuando se adoptan acuerdos, para empezar, el de una agenda de negociación, y se entra al juego de los acuerdos y desacuerdos, y al avance del cumplimiento de esa agenda. A esto entramos solamente después de la ofensiva militar de 1989, cuando estaban dadas las condiciones nacionales y, sobre todo, internacionales.
Los acuerdos políticos de Chapultepec no fueron acuerdos de paz, sino una serie de puntos necesarios para terminar con la guerra y otros puntos para establecer aparatos políticos vinculados con el fin de la guerra. El nombre de acuerdos de paz apareció en determinado momento sin que esto exprese la esencia de los mismos, a menos que se entienda por paz la simple ausencia de guerra.
El fin de la guerra no supuso el fin del conflicto porque éste no fue negociado. Recordemos que lo que llamamos conflicto resulta ser parte de la realidad, aunque no siempre este se convierte en guerra, a menos que se acumulen y produzcan antagonismos insuperables. Estos acuerdos políticos produjeron el fin de la guerra pero no el abordaje del conflicto social, económico y político que generó precisamente la guerra.
Pero hay algo más grave, porque llegados a este punto, se decide renunciar a la post guerra y se produce un caso que no funciona así en la historia, y una guerra sangrienta e inclemente que ha durado 20 años, pasa de inmediato a algo que se llamó paz, sin construir nada que pudiera restañar, restaurar, reparar, reconstruir, todo el tejido social, humano, psicológico, mental y material de los seres humanos involucrados directa o indirectamente. La paz, entonces, aparece como un listón de papel de china que pasa a funcionar como un adormecimiento de la combatividad del pueblo y aparece como una especie de conquista de la guerra, que era necesario cuidar y preservar, no protestando, no reclamando, porque, en caso contrario, podía regresar la guerra. Este diseño tenía un claro contenido electoral para los partidos de derecha y para el nuevo partido FMLN, que había sucedido al FMLN guerrillero, que había muerto incluso antes de que se firmaran los acuerdos.
La sola palabra guerra desaparece del lenguaje político y la palabra paz pasa a ser la red más conveniente para la captura de votos. En realidad se están sentando las bases para que la guerra civil, que terminó como negociación, se convirtiera durante 20 años en la actual guerra social que estremece a la sociedad.
El factor internacional resultó ser el decisivo para la negociación porque fue la decisión de Washington, luego del derrumbe de la Unión Soviética y la brillante ofensiva militar del FMLN en noviembre de 1989, el factor que determina el viraje, y es necesario destacar que ni la Fuerza Armada, ni las oligarquías, entendían y mucho menos respaldaban una política de negociación. Fue la Casa Blanca la que determinó abrir las mesas, en contra de la voluntad de estos sectores.
Internamente, una vez terminada la guerra, El Salvador se convierte en un laboratorio neoliberal, el más completo, total y abarcante. Por eso, durante 20 años se desmantela el Estado, se impone el reinado del mercado, se convierte al ser humano en consumidor, se aniquila la agricultura, se renuncia a la soberanía alimentaria, se convierte a la naturaleza en simple mercancía, se abre y se entrega la economía a las empresas transnacionales, se convierte la emigración en política de Estado y sostén de la economía, y así, 20 años después de los acuerdos, El Salvador se encuentra en el momento mas oscuro de su historia, siendo el país más vulnerable del mundo, el más atrasado y débil de Centroamérica, el más pobre y empobrecido, y con una democracia que solo comprende a las elecciones, pero no a la economía, ni a la política, ni a la vida de las personas. Puestas las cosas así, se puede afirmar que la situación actual resulta ser una consecuencia inevitable de toda aquella política que se diseño al fin de la guerra.
La guerra, sin embargo, produjo 2 consecuencias políticas de importancia histórica que no aparecen en los acuerdos ni podían aparecer en los acuerdos, y estos son: el fin de la dictadura militar de derecha, montada desde 1932, y el fin del papel de la Fuerza Armada como clase gobernante. Estos dos aspectos, son los de mayor profundidad e impacto en el régimen político, pero que sin embargo, no logran conmover el autoritarismo del poder político, ni la forma de hacer política de los sectores dominantes, que siguen, hasta el día de hoy, siendo autoritarios, aunque perdiendo el control de la economía del país que aparece en manos de empresas transnacionales extranjeras.
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