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Por Vicent Boix
En tiempos de crisis, la agricultura y la alimentación se están
consolidando como uno de los negocios más lucrativos… no para
agricultores o consumidores sino para transnacionales e inversionistas.
El motivo es sencillo: una familia puede dejar de pagar la hipoteca
pero siempre tendrá que comer. Ya desde hace décadas que la cadena
alimentaria (semillas, agroquímicos, distribución, etc.) estaba
“oligopolizada” y en manos de unas pocas transnacionales que se están
lucrando a toda costa.
Pero, para el
resto, una gran chanchada: Los precios de los alimentos se
multiplicaron por 2,5 desde 2000, se oscila el umbral de los 1.000
millones de famélicos y en estos momentos en el Cuerno de África 12
millones de personas sufren una cruel hambruna.
La cosa no ha quedado ahí. Esta vez el capital está metiendo sus
garras en lo más importante de la cadena alimentaria: la tierra.
Porque millones de campesinos eluden la agricultura ecológicamente
insostenible enfocada a la exportación, de la misma manera que millones
de consumidores adquieren en los mercados locales o directamente del
productor sus alimentos sanos y de temporada. Para mantener estos
canales ecológica y socialmente sostenibles sólo hace falta la tierra.
Pero el incremento de los precios de la alimentación en los
mercados de materias primas, la posibilidad de especular en la
compraventa de tierra, la creciente demanda de alimentos y la
importancia estratégica de los agrocombustibles para el futuro
energético en los países ecológicamente derrochadores, está alimentando
la voracidad de inversores que ansían controlar la producción de
alimentos y materias primas.
En la última década millones de hectáreas
han sido arrendadas o vendidas en los países empobrecidos,
fundamentalmente en África. En algunos casos son gobiernos que
adquieren tierras en otro estado para garantizarse su suministro futuro.
Pero en la mayoría se trata de empresas e inversionistas que pretenden
producir alimentos y sobre todo agrocombustibles, en ambos casos para
exportar a los países ricos especialmente.
Según la ONG Intermon Oxfam, en los últimos años cerca de 227
millones de hectáreas de tierra han sido acaparadas en el mundo. Como
estos tratos van envueltos de mucho secretismo, la ONG sólo ha podido
verificar 1.100 acuerdos por un total de 67 millones de hectáreas. La
mitad de ellas se situarían en África, lo que significa que en este
continente se ha acaparado una superficie de tierra similar al área de
Alemania.
Un reciente trabajo publicado por un grupo de expertos del
Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la FAO, avalaría estos datos
al mencionar una cantidad de tierras acaparadas que oscila entre los
50 y 80 millones de hectáreas, situándose en África dos terceras partes
del total.
Algunas instituciones como el Banco Mundial o la propia FAO
intentan “humanizar” el despojo con la misma cháchara que llevamos
décadas escuchando, es decir, aseverando que la inversión acarreará
mejoras para las poblaciones locales (tecnología, infraestructuras,
trabajo, seguridad alimentaria, etc.).
Pero lo cierto es que cada
hectárea destinada a la exportación es una hectárea menos para la
producción local. Por si fuera poco, ya se han reportado decenas de
miles de desalojos forzosos, explotación laboral, impactos ambientales o
control sobre los recursos acuáticos para los regadíos intensivos de
los acaparadores. Todo ello recuerden, está acaeciendo en países que
frecuentemente sufren sequías y hambrunas.
Fuente: El parque de las hamacas
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