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Por Maurice Lemoine - Le Monde Diplomatique
Cualquiera que, en los días anteriores a las elecciones, se
hubiera tomado la molestia de recorrer los barrios populares -empezando
por los de la capital Managua-, hablar con sus vecinos y respirar su
atmósfera, tendría que haber estado sordo y ciego para no prever la
victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la
reelección del presidente y jefe de Estado saliente, Daniel Ortega.
Además, todas las encuestadoras, sin importar la tendencia, ya
anunciaban su amplia victoria. Daniel Ortega, uno de los principales
comandantes de la guerrilla cristiano-marxista que derrocó la dictadura
de Anastasio Somoza en 1979, fue elegido por primera vez en 1984.
Nicaragua, muy a su pesar, pasó a ser un frente de la guerra fría y
sufrió una feroz agresión estadounidense a través de los
contrarrevolucionarios conocidos como «la contra».
La vulneración del
derecho internacional fue de tal magnitud que en 1986 el Tribunal
Internacional de Justicia de La Haya condenó a Washington a pagar 17.000
millones de dólares de indemnización a Managua por haber lanzado
ataques «terroristas» en territorio nicaragüense desde Honduras. Los
sucesivos gobiernos de EE. UU. han hecho caso omiso de esta decisión
judicial.
Los nicaragüenses, doblegados por este combate desigual que había
causado 30.000 muertos y había arruinado el país, acabaron cediendo y en
1990 permitieron que la derecha volviera a gobernar con Violeta
Chamorro.
Después de 16 años de políticas neoliberales que, a su vez,
asolaron el país, el 5 de noviembre de 2006 Daniel Ortega volvió a ser
elegido presidente.
Cinco años después, el 6 de noviembre de 2011, con el 62 % de los
sufragios, aventaja con creces a su rival más próximo, el empresario
Fabio Gadea, del Partido Liberal Independiente (PLI, 30 %), y expulsa
prácticamente de la vida política al candidato del Partido Liberal
Constitucionalista (PLC), el ex presidente Arnoldo Alemán (1997-2002),
condenado en 2003 por corrupción, que sólo ha logrado el 6 % de los
votos. El FSLN también ha cosechado una mayoría calificada en el
Parlamento, que hasta ahora no tenía.
Siguiendo el libreto de las derechas latinoamericanas en estos años,
la oposición declara que desconoce el triunfo sandinista. Según ella -y
numerosos observadores-, Daniel Ortega no podía postularse nuevamente a
la presidencia porque el artículo 147 de la Constitución prohíbe dos
mandatos sucesivos.
Pero omiten que en octubre de 2009 la Sala
Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró inaplicable dicho
artículo, como habían hecho instancias similares en Colombia,
permitiendo la reelección del «muy cuestionado» Álvaro Uribe, o en Costa
Rica, a favor del «muy conciliador» Óscar Arias.
Pero la oposición es un disco rayado, como pone en evidencia este
titular en primera página el diario La Prensa: «Peor que un fraude».
Viene al caso recordar que durante las elecciones municipales de 2008 el
candidato liberal a la alcaldía de Managua, el banquero Eduardo
Montealegre, exigió un recuento de votos por el mismo motivo.
Los
liberales no contaban con que el Consejo Supremo Electoral (CSE)
accedería a su petición y, al verse acorralados, optaron por no asistir
al recuento y se cuidaron mucho de presentar las «pruebas» que decían
tener.
Lo cual no obsta para que, en este país marcado por los años de
guerra y muy polarizado políticamente, donde la cultura cívica y
democrática ha tenido poco tiempo para implantarse -aunque el sandinismo
siempre aceptó sus derrotas electorales-, se hayan detectado algunas
irregularidades durante la votación.
El secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA), Miguel Insulza, aunque no se
olvidó de señalarlas, felicitó «al pueblo y al gobierno» e hizo hincapié
en «la madurez demostrada por los nicaragüense durante el proceso».
El
jefe de los observadores de la Unión Europea, Luis Yáñez, que se había
mostrado muy agresivo con las autoridades desde su llegada al país,
denunció anomalías y falta de transparencia. Pero, ante la insistencia
de un periodista, el 8 de noviembre declaró: «Si la pregunta es: si el
señor Ortega y el Frente han ganado las elecciones o las han perdido,
que es lo que define la palabra fraude… Para los políticos, fraude es
dar por ganador al que ha perdido y dar por perdedor a quien ha ganado.
En ese caso, es indudable que el Frente y el señor Ortega han ganado las
elecciones».
Han ganado, y además de forma espectacular. En 2006 Daniel Ortega
había sido elegido con el 37,99 % de los votos; para ser proclamado
vencedor necesitaba el 40 %, o bien el 35 % y cinco puntos de diferencia
sobre su rival más próximo. El porcentaje del 62 % que ha alcanzado
ahora el FSLN debería bastar para despejar todas las dudas. Pero si
buscamos respuestas, las encontraremos yendo al encuentro de aquellos a
los que el neoliberalismo había sumido en la miseria durante diez años.
Aunque ha procurado no perjudicar los intereses del sector privado y
ha administrado el país de un modo bastante clásico, sin espantar a los
inversores extranjeros ni enfrentarse a los organismos financieros
internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, etc.),
Daniel Ortega ha dado un vuelco espectacular a la política económica,
dedicando grandes recursos a programas sociales en favor de los sectores
más pobres, que son la inmensa mayoría de la población.
Esta mayoría
agradecida es la que ha dado la espalda a una derecha revanchista y sin
proyecto, y ha pedido explícitamente al «comandante Daniel» que siga por
el mismo camino, porque, huelga decirlo, aún queda mucho por recorrer.
No faltará quien objete que esta avalancha de misiones sociales
-sanidad, educación, alimentación, vivienda, etc.- no habría sido
posible, por lo menos a semejante escala, si Nicaragua, con Daniel
Ortega, no se hubiera incorporado a la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América (ALBA), beneficiándose de la ayuda financiera
de Venezuela y la asistencia sanitaria de Cuba.
Es precisamente la
fuerza de esta izquierda latinoamericana lo que materializa la
integración mediante la cooperación, la solidaridad y la
complementariedad. Esa es la clave de su victoria.
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