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Murió Domingo Bussi, el general. Una de las más siniestras figuras de
nuestra historia. Sí, no se cometería ninguna exageración si cuando se
haga referencia a él se diga: “El general Bussi, el siniestro”.
Sólo
basta recorrer su biografía para constatarlo. La perfidia de sus
crímenes llega a lo inimaginable.
Y ahí está la pregunta que todavía no nos hemos contestado: ¿dónde aprendió Bussi su oficio de matar con total impunidad? ¿En
el Colegio Militar, en la Escuela Superior de Guerra o en sus estadías
en Kansas con el ejército yanki o en Vietnam durante su gira?
Sea como fuere, fue un criminal de la mayor cobardía y crueldad. Sus
crímenes comprobados y por eso condenado son todos de lesa humanidad. Su
hazaña máxima como criminal es el haber exhibido el cadáver congelado
de Santucho en el Museo de la Represión, en Campo de Mayo. Se le caía la
saliva de la boca de puro placer.
Pero, además, los mil casos de torturas, de “desaparición”, de
asesinatos. El mismo ejecutaba a los presos políticos de un solo tiro.
Está declarado por testigos. ¡Ah, general! La degradación. La absoluta
validez de la ley del más fuerte.
Y ese episodio tan perverso, donde la vileza ya no tiene palabras
para describirlo: cuando ordenó apresar a los vagabundos y los
pordioseros de la capital tucumana y los transportó en camiones que los
arrojaron por las sierras catamarqueñas, donde murieron de hambre y de
frío. Occidental y cristiano el general. Eso ocurrió en tierras
tucumanas donde en 1816, en aquel increíble 9 de julio, se cantó nuestro
Himno Nacional con aquello tan sabio de “Ved en trono a la noble
Igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”.
Pero uno, como argentino, sintió aún mucho más vergüenza cuando el
pueblo tucumano, ya en democracia, votó a ese abyecto personaje como
gobernador de Tucumán. ¿Qué hubieran pensado los congresales de 1816 al
saber que en esa misma tierra libertaria se había votado al abyecto
supremo? Ahora, esos que lo votaron de los barrios bien y de los barrios
que exigían “más seguridad” tendrían que tener el coraje civil de
marchar frente a la Casa de Tucumán y pedir perdón por tamaña acción de
burlar para siempre a la democracia.
Lo mismo que tendrían que hacer los diputados del radicalismo y de
otros partidos conservadores que votaron el Punto Final de Alfonsín por
el cual quedó en total libertad la jauría uniformada de la desaparición
como método.
El “general” Bussi. Cuando trasladó el centro clandestino de
detención de Famaillá al Ingenio Nueva Baviera, ahí sí que se sintió
dueño de la vida y de la muerte. Dueño y señor de la picana y el
submarino y de toda clase de torturas aprendidas en el General Staff
College de Fort Leavenworth, en Kansas.
Claro, siguieron las huellas de
aquel general Julio Argentino Roca cuando mandó comprar diez mil
remington, el invento estadounidense con que se había eliminado a los
pieles rojas y a los sioux. Y con ellos Roca demostró que los argentinos
somos los mejores europeos y americanos del norte. Videla, Menéndez,
Bussi... la lista es larga. Pero por fin muchos de ellos ya están en
cárceles comunes y retratados para siempre en el diccionario de la
infamia.
Murió Bussi. El espectro de la infamia. General de la Nación.
¿De qué nación? No aquella del 25 de Mayo ni de 1813 y del 9 de julio
tucumano. No, la fiera sanguinaria salida de claustros castrenses
argentinos y entidades “educadoras” norteamericanas. En su entierro, los
argentinos que salieron a la calle para gritar “dónde están los
desaparecidos” gritarán: “Nunca más”.
Nunca más un general Bussi. El siniestro.
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