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Durante el pasado domingo, día de votación de la segunda vuelta presidencial peruana, el ex candidato conservador Pedro Pablo Kuczynski, más conocido en el país como PPK, que quedó el tercero durante la primera vuelta, se prodigaba por los estudios televisivos como analista político haciéndose la siguiente pregunta: cómo puede ser que un país con altos niveles de crecimiento y sin inflación vote a un candidato como Ollanta Humala.
De hecho, la victoria de Humala, con sus propuestas sociales y sus promesas de cambio, son fácilmente explicables en un contexto económico donde se crece y no aumentan los precios justamente porque el crecimiento no sirve para un desarrollo homogéneo del país.
Parece que un sector nada desdeñable de la élite peruana, esencialmente limeña, justamente aquella que maneja la mayor parte de los medios de comunicación, no acaba de abrir los ojos ante lo obvio. El crecimiento no lo es todo, seguramente ni siquiera lo más importante, en una sociedad que está cansada de diferencias, y que quiere apostar frente a todo por un gobierno de cambio.
Los medios de comunicación peruanos han realizado durante las últimas semanas una de las campañas más sucias que se pueden recordar, pero que son la base de un sistema donde los medios, como se enorgullecen de afirmar, ponen y quitan presidentes. El voto antiollanta proviene de una estrategia de acoso y derribo que se retrotrae a aquellas elecciones, hace ahora cinco años, que perdió frente al “mal menor” Alan García.
Todavía el mismo domingo de las elecciones, periódicos como Peru21 pedían en portada no saltar al vacío, con unas zapatillas a punto de lanzarse en un acto suicida. En Arequipa, donde Humala ha obtenido dos tercios de los votos, los ciudadanos quemaban periódicos en la plaza mientras celebraban desde temprano lo que sólo podría haberse evitado con un fraude masivo: la victoria del candidato de Gana Perú. A pesar de la campaña desesperada para que los peruanos voten por el miedo, lo han hecho por el cambio. Así están las cosas en una sociedad en la que las circunstancias sociales se han unido a una envidiable madurez en la elección de sus gobernantes.
La noche de las elecciones centenares de personas se reunieron en la plaza 2 de mayo, en el centro de Lima, para escuchar el mensaje de victoria de Ollanta. No es casualidad que esta plaza limeña albergue la sede de la Confederación General de Trabajadores de Perú, así como el monumento a la liberación de los españoles.
Entre las parejas bailando al son de la música andina, alzando banderas arcoíris, comiendo en los puestos callejeros y celebrando la victoria, un par de cómicos espontáneos levantaban un cartel con el mensaje que resume el otro elemento en la explicación de la victoria humalista: Fujimoris nunca más. Y es que cabe recordar que la contrincante en la batalla electoral era ni más ni menos que la hija del dictador Fujimori, Keiko, que escondía en lo que podía su apellido paterno en un intento esquizofrénico de que nadie se acordara de sus orígenes al mismo tiempo que enarbolaba los supuestos logros paternos como razón para pedir el voto.
Durante la última semana se dio a conocer que doscientas mil mujeres habían sido forzosamente esterilizadas durante el gobierno fujimorista. No cabe ninguna duda de que el voto antiollanta se fue convirtiendo, poco a poco, en un voto antifujimori, primando la ciudadanía peruana el cambio al retroceso. Hasta Vargas Llosa, poco conocido por sus veleidades izquierdistas, pidió firmemente el voto contra Fujimori; es decir, el voto por Ollanta.
La izquierda tradicional, la nueva izquierda, intelectuales, organizaciones ciudadanas, y un sector liberal antifujimori convergió en la victoria de Ollanta Humala. Un amplio frente social que tiene por delante un trabajo titánico: iniciar un cambio visible en el país a favor de un mejor desarrollo que mantenga el crecimiento económico experimentado durante los últimos años.
Los técnicos humalistas hablan de reforma fiscal y de lucha contra la corrupción y contra la evasión de impuestos como las principales armas para conseguir los recursos necesarios. También, en algunos casos –cierto es que en menos, desde que la propuesta fue satanizada por la ahora oposición-, de una nueva Constitución, uno de los pivotes del programa de gobierno propuesto por Gana Perú. Cabe recordar que Perú y Chile son los únicos países sudamericanos que mantienen constituciones de la dictadura, sin apenas modificaciones.
El 28 de julio de 2011 tendrá lugar la toma de posesión del actualmente presidente electo. Se inicia desde entonces una carrera de obstáculos para satisfacer en un nivel aceptable el alto grado de expectativas creadas en torno a las posibilidades de cambio en el Perú.
Si esto no ocurre, quizás el propio Humala se vea superado por las circunstancias. Pero todo este proceso tiene una vertiente didáctica no menos obvia que cabe destacar: la que hace que haya que explicar a personas como PPK, y a una parte importante de las clases altas y medias peruanas, que eso es lo que tiene finalmente el voto valiente: que se convierte en una elección democrática; y que, en definitiva, es la voluntad de una mayoría que ha decidido, quizás, saltar al vacío, porque lo que les espera no podría ser peor que lo que tenían con los pies en tierra firme.
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