Un reverendo llegó al podio de una enorme y famosa iglesia a un lado de Harlem y, con su inconfundible voz, su maestría retórica, y una ira digna que surge desde lo más profundo del ser humano, habló de la violencia inaguantable en las comunidades de su país, de la pobreza injusta que la genera, de intervención militar y operaciones clandestinas en países latinoamericanos, de políticos que hablan de paz mientras promueven la sangre, que piden tolerancia pero generan odio.
Fue uno de los discursos más peligrosos de la historia moderna estadunidense, pero casi nunca se menciona en los círculos del establishment en este país, y pocos estudiantes, soldados, pandilleros, y políticos lo conocen (o muchos lo desconocen a propósito).
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