viernes, 11 de diciembre de 2009

Copenhague: las autopistas aéreas pueden terminar con el clima


Crónica 3

Juan Buades - Alba SUD


Mientras sigue la negociación sobre niveles de reducción y de dinero, vale la pena fijarse en uno de los “olvidos” fundamentales de Kioto: la industria turística y su contribución al cambio climático, especialmente por las emisiones de gases de efecto invernadero del transporte aéreo. Continuar con esta impunidad, amenaza con arruinar a medio plazo cualquier avance en Copenhague.

Mientras sigue la negociación sobre niveles de reducción y de dinero, vale la pena fijarse en uno de los “olvidos” fundamentales de Kioto, ya que amenaza con arruinar a medio plazo cualquier avance en Copenhague.

En un interesante taller de debate sobre “Justicia climática y turismo” celebrado hoy en el Klimaforum alternativo, Paul Peeters, ingeniero y profesor en la Universidad de Breda, explicaba como nada menos que el 13% del total de emisiones invernadero tienen su origen en el turismo, especialmente por el enorme peso del transporte aéreo.

Reduciendo apenas el 9% del transporte turístico, básicamente el dirigido hacia destinos lejanos, se conseguiría reducir el 50% de las emisiones. Sorprendentemente, el Protocolo de Kioto exoneró de toda reducción los gases de efecto invernadero provenientes de la aviación y el turismo internacionales.

Wolfgang Mehl, experto de la Climate Alliance (Austria), afirmaba que “no se puede globalizar la industria turística del Norte” porque el Planeta no lo aguantaría y que es injusto que apenas el 2% de los seres humanos, los que podemos permitirnos el lujo de viajar internacionalmente, estemos causando un volumen de emisiones tan letal. De hecho, si las cuentas climáticas de la UE se hubieran hecho bien, esto es, contabilizando los vuelos entre estados de la Unión como vuelos domésticos, en lugar de haber cumplido con Kioto resultaría que nos habríamos quedado un 10% por debajo.


Lo peor es que si cruzamos las proyecciones de turistas y la expectativa de aumento del tráfico aéreo para 2020 el incremento de las emisiones podría ser del 161%. Es decir: mientras los líderes del mundo hablan sobre proteger el clima, se está agigantando una enorme brecha a través de las autopistas aéreas sin que haya señales que Copenhague vaya a reparar el “lapsus”.

Esta impunidad climática del turismo y la aviación sigue siendo un tema tabú en Bella Center. Ello permitía hoy a Luigi Cabrini, portavoz de la Organización Mundial del Turismo (afiliada a las Naciones Unidas), lavarse las manos en el debate citado e incluso se atrevía a presumir del turismo como una industria “limpia” capaz de estar implementando más de 80 microproyectos voluntarios de reconversión climática de la oferta.

Por su parte, el lobby de la industria aeronáutica nos invita a diario a seminarios “negacionistas” (a pesar de lo que dicen los científicos, la aviación sólo contribuiría marginalmente al cambio climático) y, encima, nos deleita con un futuro con más aviones pero “verdes”, propulsados por mágicos biocombustibles, los mismos que sirven de excusa para quitar la tierra y el sustento a millones de campesinos del Sur.


Tocando de pies a tierra, Mehl y Peeters han propuesto minimizar los costes climáticos del turismo viajando menos veces y por más tiempo. Con ello se garantizaría, además, que los ingresos turísticos de los países más empobrecidos pudieran mantenerse.

Adicionalmente, con la vista puesta en los objetivos de reducción postKioto, no quedará más remedio que gravar con una tasa por contaminación los vuelos aéreos, turísticos o no. Quizás el mejor resumen de lo que hay que hacer, pensando en el turismo pero también en lo que será relevante cuando pase Copenhague, ha sido el de Fe’iloakitau Kaho Tevi, de la Pacific Conference of Churches: “el cambio climático tiene que ver con un cambio de nuestro estilo de vida”.



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