por Daniel Gatti - Rel-UITA
Enfrentadas a un rechazo cada vez mayor en los países desarrollados, donde son incluso objeto de una campaña de boicot, las empresas trasnacionales que comercializan agua embotellada toman a América Latina como su último (y todavía gigantesco) reservorio.
Semanas atrás, a fines de junio, una noticia rara recorrió el mundo: una muy pequeña ciudad australiana había resuelto convertirse en pionera a escala mundial y prohibir la fabricación y comercialización locales de agua embotellada.
La decisión fue tomada en una suerte de cabildo abierto por la gran mayoría de los habitantes de Bundanoon, una localidad del estado de Nueva Gales del Sur, y contó con el respaldo de las autoridades comunales, de asociaciones de diverso tipo y hasta de los comerciantes.
Sólo dos de los 350 y pico habitantes (sobre los 2.500 que pueblan Bundanoon) que participaron en la reunión votaron en contra de la resolución, y uno de ellos era el representante de la empresa que se proponía extraer agua de una reserva subterránea existente en la ciudad e industrializarla.
John Dee, uno de los animadores de la campaña pro prohibición, señaló que la empresa en cuestión planeaba envasar en Sidney, la capital australiana, el agua extraída de Bundanoon y luego transportarla hacia la localidad de origen y comercializarla allí.
Los bundanoonenses sirvieron de ejemplo a asociaciones de otras ciudades del estado, y el gobierno de Nueva Gales del Sur acabó ordenando a todas las dependencias públicas que dejaran de comprar agua embotellada y consumieran el líquido que sale de los grifos, “de probada buena calidad”. Recomendó también la instalación de fuentes públicas en todas las localidades del estado, cosa que ya se hizo en la avenida principal de Bundanoon.
Los argumentos esgrimidos por quienes triunfaron en la consulta de la pequeña ciudad fueron básicamente dos: uno de costos (las enormes sumas de dinero gastadas en todo el proceso de embotellado del agua, desde la extracción a la distribución) y otro ambiental (las botellas de plástico terminan siendo un problema grave).
John Dee recordó que un año antes el gobierno de Gran Bretaña había resuelto prohibir a todas las administraciones estatales la compra de agua embotellada, por los “gigantescos daños ambientales que causa”.
A esa resolución había ayudado la difusión por la cadena televisiva pública BBC de un documental en el que se señalaba cómo la industria del agua envasada contribuye al calentamiento del planeta en proporciones no despreciables. Un litro de agua embotellada, se afirmaba en ese documental, puede generar 600 veces más de dióxido carbono que uno de agua potable, a lo que hay que agregar las dificultades y consecuencias ambientales negativas que plantea la eliminación de los envases.
Consideraciones de ese tipo, al igual que la convicción de que el agua embotellada no es de mayor calidad que la potable que sale de las canillas de los hogares del país, llevaron a Le Temps a afirmar que en naciones como la propia Suiza, Estados Unidos u otras del “primer mundo” consumir agua envasada es “una aberración ambiental”.
El diario destacaba, además, los escasísimos costos y pingües ganancias en que incurren las principales trasnacionales del sector, como Nestlé, Coca Cola, Pepsi o Danone, que muy habitualmente se limitan a extraer el agua del grifo municipal o estatal y a añadirle minerales antes de colocarla en el mercado. Sus mayores costos son de envasado, etiquetado y publicidad.
Igual observación realizan tanto el investigador indio Sharad Haksar como una dirigente de Paremos el abuso corporativo, una asociación estadounidense que promueve el boicot de las empresas de agua envasada. Y el canadiense Tony Clarke, en su último libro, “Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada”, apunta que por cada litro que envasan, las empresas del sector utilizan al menos tres de agua potable, pero venden la suya a un precio entre mil y 10 mil veces más elevado que la del grifo.
Los embates son grandes, y las trasnacionales han acusado el golpe. La International Bottle Association, que reúne a todas ellas, ha ideado una contraofensiva, que en Estados Unidos tomó la forma de “campaña nacional de educación” sobre las “ventajas nutritivas” de la ingesta de agua embotellada. El objetivo de Nestlé, Danone o las colas es, según admitió un directivo de Coca Cola, “volver a seducir al gran público”.
“Uno de los factores que explican el crecimiento que hasta ahora ha experimentado esta industria está en el marketing, en hacernos creer que el agua embotellada llena un vacío, cuando muy a menudo no es así”, observa un dirigente de la filial española de la asociación ecologista Greenpeace.
Y Elizabeth Royte, periodista estadounidense autora de trabajos de investigación sobre el tema como el libro Bottlemania, dice que el consumo de agua mineral debe mucho a las campañas publicitarias de las grandes compañías, que hasta el momento han tenido éxito en asociar a la botellita a un modelo de vida saludable y “aggiornado”.
La resistencia creciente que encuentran en los países desarrollados ha obligado a las trasnacionales a recostarse sobre zonas en que todavía no han conocido su techo. América Latina es una de ellas. Y México muy especialmente.
En 2007, México ocupó el segundo lugar mundial (detrás de Emiratos Árabes Unidos) en consumo de agua embotellada, con 205,5 litros por habitante al año, representando el 52 por ciento del total de agua envasada comercializada en América Latina.
“Como agentes impulsores de este ‘exitoso’ proceso se encuentran los gobiernos federales desde 1988 hasta hoy, muchos gobiernos estatales y municipales, organismos internacionales, asociaciones y foros mundiales, así como importantes empresas nacionales y extranjeras que se reparten (disputan) el ‘oro azul’ arrebatado a las comunidades rurales (campesinas e indígenas)”, señalan los investigadores Octavio Rosas y Gonzalo Flores en la versión mexicana de “Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada”, el libro de Tony Clarke.
Una de las causas por las cuales “el mercado mexicano crece de manera desproporcionada tiene que ver con que allí hay malos servicios de abastecimiento de agua potable y las empresas explotan esa carencia”, subraya a su vez el propio Clarke. En el resto del subcontinente, con escasas excepciones, el panorama no difiere en gran cosa, agrega.
América Latina cuenta por otro lado con una de las reservas de agua más importantes del planeta, y aparece en ese plano también como una presa codiciada.
“Concebir el agua como una mercancía por la cual se deba pagar mucho dinero es la meta final real que persiguen las compañías trasnacionales. El producto embotellado juega un papel fundamental en ese cambio cultural, que apunta a que la opinión pública perciba como natural la privatización de las instalaciones públicas de agua", sostuvo el investigador canadiense, que ya en 2004 advertía sobre este peligro en otro libro, “Oro azul, las trasnacionales y el robo organizado de agua en el mundo”, escrito junto a su compatriota y premio Nobel alternativo Maude Barlow.
Clarke se dijo reconfortado por la toma de conciencia que se está dando en algunos países del primer mundo acerca de esta problemática, pero considera que en América Latina falta aún para que se dé una evolución similar.
Enfrentadas a un rechazo cada vez mayor en los países desarrollados, donde son incluso objeto de una campaña de boicot, las empresas trasnacionales que comercializan agua embotellada toman a América Latina como su último (y todavía gigantesco) reservorio.
Semanas atrás, a fines de junio, una noticia rara recorrió el mundo: una muy pequeña ciudad australiana había resuelto convertirse en pionera a escala mundial y prohibir la fabricación y comercialización locales de agua embotellada.
La decisión fue tomada en una suerte de cabildo abierto por la gran mayoría de los habitantes de Bundanoon, una localidad del estado de Nueva Gales del Sur, y contó con el respaldo de las autoridades comunales, de asociaciones de diverso tipo y hasta de los comerciantes.
Sólo dos de los 350 y pico habitantes (sobre los 2.500 que pueblan Bundanoon) que participaron en la reunión votaron en contra de la resolución, y uno de ellos era el representante de la empresa que se proponía extraer agua de una reserva subterránea existente en la ciudad e industrializarla.
John Dee, uno de los animadores de la campaña pro prohibición, señaló que la empresa en cuestión planeaba envasar en Sidney, la capital australiana, el agua extraída de Bundanoon y luego transportarla hacia la localidad de origen y comercializarla allí.
Los bundanoonenses sirvieron de ejemplo a asociaciones de otras ciudades del estado, y el gobierno de Nueva Gales del Sur acabó ordenando a todas las dependencias públicas que dejaran de comprar agua embotellada y consumieran el líquido que sale de los grifos, “de probada buena calidad”. Recomendó también la instalación de fuentes públicas en todas las localidades del estado, cosa que ya se hizo en la avenida principal de Bundanoon.
Los argumentos esgrimidos por quienes triunfaron en la consulta de la pequeña ciudad fueron básicamente dos: uno de costos (las enormes sumas de dinero gastadas en todo el proceso de embotellado del agua, desde la extracción a la distribución) y otro ambiental (las botellas de plástico terminan siendo un problema grave).
John Dee recordó que un año antes el gobierno de Gran Bretaña había resuelto prohibir a todas las administraciones estatales la compra de agua embotellada, por los “gigantescos daños ambientales que causa”.
A esa resolución había ayudado la difusión por la cadena televisiva pública BBC de un documental en el que se señalaba cómo la industria del agua envasada contribuye al calentamiento del planeta en proporciones no despreciables. Un litro de agua embotellada, se afirmaba en ese documental, puede generar 600 veces más de dióxido carbono que uno de agua potable, a lo que hay que agregar las dificultades y consecuencias ambientales negativas que plantea la eliminación de los envases.
Consideraciones de ese tipo, al igual que la convicción de que el agua embotellada no es de mayor calidad que la potable que sale de las canillas de los hogares del país, llevaron a Le Temps a afirmar que en naciones como la propia Suiza, Estados Unidos u otras del “primer mundo” consumir agua envasada es “una aberración ambiental”.
El diario destacaba, además, los escasísimos costos y pingües ganancias en que incurren las principales trasnacionales del sector, como Nestlé, Coca Cola, Pepsi o Danone, que muy habitualmente se limitan a extraer el agua del grifo municipal o estatal y a añadirle minerales antes de colocarla en el mercado. Sus mayores costos son de envasado, etiquetado y publicidad.
Igual observación realizan tanto el investigador indio Sharad Haksar como una dirigente de Paremos el abuso corporativo, una asociación estadounidense que promueve el boicot de las empresas de agua envasada. Y el canadiense Tony Clarke, en su último libro, “Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada”, apunta que por cada litro que envasan, las empresas del sector utilizan al menos tres de agua potable, pero venden la suya a un precio entre mil y 10 mil veces más elevado que la del grifo.
Los embates son grandes, y las trasnacionales han acusado el golpe. La International Bottle Association, que reúne a todas ellas, ha ideado una contraofensiva, que en Estados Unidos tomó la forma de “campaña nacional de educación” sobre las “ventajas nutritivas” de la ingesta de agua embotellada. El objetivo de Nestlé, Danone o las colas es, según admitió un directivo de Coca Cola, “volver a seducir al gran público”.
“Uno de los factores que explican el crecimiento que hasta ahora ha experimentado esta industria está en el marketing, en hacernos creer que el agua embotellada llena un vacío, cuando muy a menudo no es así”, observa un dirigente de la filial española de la asociación ecologista Greenpeace.
Y Elizabeth Royte, periodista estadounidense autora de trabajos de investigación sobre el tema como el libro Bottlemania, dice que el consumo de agua mineral debe mucho a las campañas publicitarias de las grandes compañías, que hasta el momento han tenido éxito en asociar a la botellita a un modelo de vida saludable y “aggiornado”.
La resistencia creciente que encuentran en los países desarrollados ha obligado a las trasnacionales a recostarse sobre zonas en que todavía no han conocido su techo. América Latina es una de ellas. Y México muy especialmente.
En 2007, México ocupó el segundo lugar mundial (detrás de Emiratos Árabes Unidos) en consumo de agua embotellada, con 205,5 litros por habitante al año, representando el 52 por ciento del total de agua envasada comercializada en América Latina.
“Como agentes impulsores de este ‘exitoso’ proceso se encuentran los gobiernos federales desde 1988 hasta hoy, muchos gobiernos estatales y municipales, organismos internacionales, asociaciones y foros mundiales, así como importantes empresas nacionales y extranjeras que se reparten (disputan) el ‘oro azul’ arrebatado a las comunidades rurales (campesinas e indígenas)”, señalan los investigadores Octavio Rosas y Gonzalo Flores en la versión mexicana de “Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada”, el libro de Tony Clarke.
Una de las causas por las cuales “el mercado mexicano crece de manera desproporcionada tiene que ver con que allí hay malos servicios de abastecimiento de agua potable y las empresas explotan esa carencia”, subraya a su vez el propio Clarke. En el resto del subcontinente, con escasas excepciones, el panorama no difiere en gran cosa, agrega.
América Latina cuenta por otro lado con una de las reservas de agua más importantes del planeta, y aparece en ese plano también como una presa codiciada.
“Concebir el agua como una mercancía por la cual se deba pagar mucho dinero es la meta final real que persiguen las compañías trasnacionales. El producto embotellado juega un papel fundamental en ese cambio cultural, que apunta a que la opinión pública perciba como natural la privatización de las instalaciones públicas de agua", sostuvo el investigador canadiense, que ya en 2004 advertía sobre este peligro en otro libro, “Oro azul, las trasnacionales y el robo organizado de agua en el mundo”, escrito junto a su compatriota y premio Nobel alternativo Maude Barlow.
Clarke se dijo reconfortado por la toma de conciencia que se está dando en algunos países del primer mundo acerca de esta problemática, pero considera que en América Latina falta aún para que se dé una evolución similar.
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