A 75 días de iniciada la lucha,la moral de ANAIRC permanece intacta
por Giorgio Trucchi - Rel-UITA
La Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC) es una organización conformada por hombres enfermos que han dejado los mejores años de sus vidas en los cañaverales del Ingenio San Antonio, propiedad de la Nicaragua Sugar Estates Ltd. (NSEL), que integra el Grupo Pellas, a la cual responsabilizan por los daños ocasionados a su salud. Y también por mujeres –viudas– cuyos maridos se han ido consumiendo poco a poco, entre sus brazos, sin poder hacer nada para salvarlos o, por lo menos, para aliviar el dolor en sus cuerpos hinchados.
No son agitadores, ni tomatierras o expertos aprovechados, y mucho menos son haraganes, políticos o terroristas. No tienen grandes experiencias de protestas, movilizaciones, y tampoco parecen tener muchos santos en el Paraíso.
Son hombres enfermos y agotados por el calor y las primeras lluvias torrenciales que se abren camino en este inclemente comienzo del invierno nicaragüense, y sin embargo resisten, avanzan, aguantan hambre e intemperies, debajo de sus champas de plástico. Y se preguntan cómo es posible que la empresa, por la que han dado su vida, siga con esta actitud de insensibilidad, tratándolos como sombras entre sombras, hombres y mujeres invisibles a pesar de las tantas cartas enviadas reclamando sentarse a dialogar.
De nada van a servir las amenazas, los ataques personales, las mentiras y falsas acusaciones vertidas por quienes los mismos afectados señalan como seudo sindicalistas bien acomodados con la empresa. Tampoco les asustan las inversiones en nuevas páginas web para tratar de contrarrestar la avalancha informativa que se ha regado por el mundo, porque a nadie se le olvida que el motivo de su presencia en Managua es sólo y exclusivamente el silencio de la empresa ante una propuesta de diálogo.
Auxiliadora Vázquez deja de reírse. Es la primera vez que le toman una foto para una entrevista. “Ni siquiera me dieron tiempo para que me arreglara un poco. Voy a salir horrible”, fueron sus palabras nerviosas: ella no está acostumbrada a ser el centro de la atención.
Su marido, Alfonso Martínez, trabajó 15 años en el Ingenio San Antonio cortando caña y en el riego. En 2006 la empresa le hizo los exámenes pero nunca le dieron los resultados. En 2007 decidió entonces acudir a una clínica privada y finalmente se enteró de que la insuficiencia renal crónica ya era parte de su vida.
“Cuando la empresa se dio cuenta de la enfermedad ya no le dieron trabajo. Le pagaron lo que le faltaba de la quincena y lo despidieron sin ningún tipo de prestación -cuenta Auxiliadora Vázquez-.
A los pocos días cayó en cama con fuertes calenturas, dolores en los huesos, vómitos e inflamación en todo el cuerpo. Pasó un año en estas condiciones y falleció el 9 de marzo de 2008. La empresa nunca se interesó en su caso y hasta la fecha no hemos siquiera logrado que el Seguro Social me reconozca la pensión de viudez”.
Para Auxiliadora comenzó el drama que es común a todas las viudas de los ex trabajadores fallecidos por IRC.
“La cosa más difícil fue llevar adelante el hogar. Tengo cuatro hijos pequeños y tuve que buscar trabajo como doméstica, porque mi marido era el que llevaba el dinero a la casa. De repente me encontré sola, sin nada, y fue duro seguir adelante”.
Auxiliadora Vázquez reconoce sin ningún rubor que es la primera vez que participa de una movilización como ésta. No está acostumbrada a las protestas, sin embargo en estos dos meses ha tomado conciencia de que los derechos hay que defenderlos arriesgándolo todo.
“Tengo que estar aquí para defender mis derechos porque a mi marido le costó la vida. Mis cuatro hijos se quedaron solos en la casa y tengo un tío que me está apoyando, dándoles de comer y cuidándolos de vez en cuando. Es duro –continuó Auxiliadora–, y estoy preocupada al saberlos solitos en la casa, pero no me puedo ir porque esta lucha es justa y necesaria.
Han sido 75 días durante los cuales nos hemos sentido respaldados por diferentes organizaciones como la UITA, la Asociación Italia-Nicaragua y otros grupos a nivel nacional. Al principio fue duro. Es la primera vez que me encuentro en una situación como ésta, y no es fácil acostumbrarse a la realidad del campamento, durmiendo en hamaca, con el sol y, ahora, con las lluvias, sin poder trabajar para ganar un poco de dinero. Sin embargo, hay que aguantar, porque tengo fe en que todo lo que estamos haciendo vale la pena y en que vamos a conseguir nuestra indemnización”.
El último pensamiento fue para el presidente del Grupo Pellas. “Si yo pudiera hablar directamente con el señor Carlos Pellas le diría que estoy aquí peleando mis derechos. Como todos mis compañeros y compañeras, quisiera estar en mi casa, con mis hijos, viviendo una vida tranquila. Lamentablemente no es así, porque nadie de la empresa va a venir a mi casa espontáneamente a darme lo que necesito. Mi marido trabajó 15 años y lo corrieron sin darle nada. No me voy a ir, tengo que estar aquí hasta que nos paguen lo que nos deben”, aseguró Auxiliadora Vázquez.
por Giorgio Trucchi - Rel-UITA
La Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC) es una organización conformada por hombres enfermos que han dejado los mejores años de sus vidas en los cañaverales del Ingenio San Antonio, propiedad de la Nicaragua Sugar Estates Ltd. (NSEL), que integra el Grupo Pellas, a la cual responsabilizan por los daños ocasionados a su salud. Y también por mujeres –viudas– cuyos maridos se han ido consumiendo poco a poco, entre sus brazos, sin poder hacer nada para salvarlos o, por lo menos, para aliviar el dolor en sus cuerpos hinchados.
No son agitadores, ni tomatierras o expertos aprovechados, y mucho menos son haraganes, políticos o terroristas. No tienen grandes experiencias de protestas, movilizaciones, y tampoco parecen tener muchos santos en el Paraíso.
Son hombres enfermos y agotados por el calor y las primeras lluvias torrenciales que se abren camino en este inclemente comienzo del invierno nicaragüense, y sin embargo resisten, avanzan, aguantan hambre e intemperies, debajo de sus champas de plástico. Y se preguntan cómo es posible que la empresa, por la que han dado su vida, siga con esta actitud de insensibilidad, tratándolos como sombras entre sombras, hombres y mujeres invisibles a pesar de las tantas cartas enviadas reclamando sentarse a dialogar.
De nada van a servir las amenazas, los ataques personales, las mentiras y falsas acusaciones vertidas por quienes los mismos afectados señalan como seudo sindicalistas bien acomodados con la empresa. Tampoco les asustan las inversiones en nuevas páginas web para tratar de contrarrestar la avalancha informativa que se ha regado por el mundo, porque a nadie se le olvida que el motivo de su presencia en Managua es sólo y exclusivamente el silencio de la empresa ante una propuesta de diálogo.
Auxiliadora Vázquez deja de reírse. Es la primera vez que le toman una foto para una entrevista. “Ni siquiera me dieron tiempo para que me arreglara un poco. Voy a salir horrible”, fueron sus palabras nerviosas: ella no está acostumbrada a ser el centro de la atención.
Su marido, Alfonso Martínez, trabajó 15 años en el Ingenio San Antonio cortando caña y en el riego. En 2006 la empresa le hizo los exámenes pero nunca le dieron los resultados. En 2007 decidió entonces acudir a una clínica privada y finalmente se enteró de que la insuficiencia renal crónica ya era parte de su vida.
“Cuando la empresa se dio cuenta de la enfermedad ya no le dieron trabajo. Le pagaron lo que le faltaba de la quincena y lo despidieron sin ningún tipo de prestación -cuenta Auxiliadora Vázquez-.
A los pocos días cayó en cama con fuertes calenturas, dolores en los huesos, vómitos e inflamación en todo el cuerpo. Pasó un año en estas condiciones y falleció el 9 de marzo de 2008. La empresa nunca se interesó en su caso y hasta la fecha no hemos siquiera logrado que el Seguro Social me reconozca la pensión de viudez”.
Para Auxiliadora comenzó el drama que es común a todas las viudas de los ex trabajadores fallecidos por IRC.
“La cosa más difícil fue llevar adelante el hogar. Tengo cuatro hijos pequeños y tuve que buscar trabajo como doméstica, porque mi marido era el que llevaba el dinero a la casa. De repente me encontré sola, sin nada, y fue duro seguir adelante”.
Auxiliadora Vázquez reconoce sin ningún rubor que es la primera vez que participa de una movilización como ésta. No está acostumbrada a las protestas, sin embargo en estos dos meses ha tomado conciencia de que los derechos hay que defenderlos arriesgándolo todo.
“Tengo que estar aquí para defender mis derechos porque a mi marido le costó la vida. Mis cuatro hijos se quedaron solos en la casa y tengo un tío que me está apoyando, dándoles de comer y cuidándolos de vez en cuando. Es duro –continuó Auxiliadora–, y estoy preocupada al saberlos solitos en la casa, pero no me puedo ir porque esta lucha es justa y necesaria.
Han sido 75 días durante los cuales nos hemos sentido respaldados por diferentes organizaciones como la UITA, la Asociación Italia-Nicaragua y otros grupos a nivel nacional. Al principio fue duro. Es la primera vez que me encuentro en una situación como ésta, y no es fácil acostumbrarse a la realidad del campamento, durmiendo en hamaca, con el sol y, ahora, con las lluvias, sin poder trabajar para ganar un poco de dinero. Sin embargo, hay que aguantar, porque tengo fe en que todo lo que estamos haciendo vale la pena y en que vamos a conseguir nuestra indemnización”.
El último pensamiento fue para el presidente del Grupo Pellas. “Si yo pudiera hablar directamente con el señor Carlos Pellas le diría que estoy aquí peleando mis derechos. Como todos mis compañeros y compañeras, quisiera estar en mi casa, con mis hijos, viviendo una vida tranquila. Lamentablemente no es así, porque nadie de la empresa va a venir a mi casa espontáneamente a darme lo que necesito. Mi marido trabajó 15 años y lo corrieron sin darle nada. No me voy a ir, tengo que estar aquí hasta que nos paguen lo que nos deben”, aseguró Auxiliadora Vázquez.
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