viernes, 30 de octubre de 2015

Francisco: Romero mártir incluso tras la muerte, difamado y calumniado

Foto LaPresse
Por Iacopo Scaramuzzi | Vatican Insider

Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por los escuadrones de la muerte de su país mientras oficiaba la misa, y que fue beatificado por Papa Francisco el pasado 23 de mayo, fue «difamado, calumniado y ensuciado» tras su muerte, por lo que su martirio «se continuó», «incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado», con la «piedra más dura que existe en el mundo: la lengua». Lo denunció Papa Francisco concluyendo su discurso dirigido a los participantes del peregrinaje desde El Salvador, que llegaron a Roma justamente como muestra de agradecimiento por la beatificación de mons. Romero.

«El martirio de monseñor Romero -afirmó el Papa- no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio, testimonio de sufrimiento anterior: persecución anterior hasta su muerte. Pero también posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fue testigo de eso- una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado». 

Su martirio, dijo Francisco dejando a un lado el discurso que tenía preparado, «se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas, ósea que es lindo verlo también así, un hombre que sigue siendo mártir, bueno ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero que después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Eso da fuerza, solo Dios sabe, solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces a personas que ya han dado su vida o han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua».

El Papa había agradecido a los 500 peregrinos salvadoreños que fueron recibidos en la Sala Regia del Palacio Apostólico, que llegaron a Roma con «la alegría por el reconocimiento como beato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos que, viviendo el dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera violenta, mientras celebraba la Eucaristía, Sacrificio del amor supremo, sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba».  

Francisco recordó que nadie nace mártir, sino que se trata de una «gracia que el Señor concede», y después retomó su audiencia del pasado 7 de enero, en la que recordó las palabras del mismo Romero: «Debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco». 

El mártir, prosiguió el Pontífice argentino, «no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. En la historia reciente de ese querido país, al testimonio de Mons. Romero, se ha sumado el de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande, que, no temiendo perder su vida, la han ganado, y han sido constituidos intercesores de su pueblo ante el Viviente, que vive por los siglos de los siglos, y tiene en sus manos las llaves de la muerte y del abismo». 

Jesuita, colaborador de Romero, Rutilio Grande García también fue asesinado por los escuadrones de la muerte, pero en 1977. Su causa de beatificación comenzó hace pocos meses en El Salvador. Al presentar la beatificación de Romero y anunciando la de Rutilio, el postulador de la causa del arzobispo de El Salvador, mons. Vincenzo Paglia, contó que durante los años, en contra de la beatificación de Romero hubo «montañas de papeles».

Al principio de la audiencia, pronunció un saludo en nombre de los peregrinos mons. José Luis Escobar, Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador, quien dijo que no podía expresar plenamente sus sentimientos de gratitud por la beatificación del «hijo mejor» de El Salvador, con la que se escribió «la página más bella de la historia de nuestra Iglesia y de nuestro país».


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