sábado, 10 de enero de 2015

El cotidiano: objetivo de la guerra económica en los barrios de venezuela

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Por Gustavo Borges | Misión Verdad

Jueves. Seis y media de la mañana. Doblo la esquina con el carajito de la mano, vestido para el colegio. Y allí, a media cuadra de la avenida Sucre me consigo como todos los jueves con mamarra e cola que abarca casi toda la cuadra. Vecinos, hombre, mujeres, jóvenes con caras de haberse levantado de madrugada para ver si logran llegar de punteros, en ese casi amanecer frente al maldito supermercado que por alguna idea publicitaria de marketing lleva por nombre Día a Día.

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Mientras calculo la cantidad de zombies en la cola, los parados, los que se recuestan a la pared, los que se sientan en la acera, los que esperan en las escaleras y los que van y vienen, casi me doy de frente con una doñita que sube apresurada pa hallar el final de la bastarda cola.

”¿Es el final?” le pregunta al pobre desgraciado que acaba de sumarse y  que le tocó ser el culo de la fila. “Sí, sí, va detrás de mí”, responde el infeliz señalando con un gesto a su espalda. “¿Y pa qué es la cola?”, pregunta la doñita tratando de mirar al comienzo de esta: “Coño, en realidad no sé, pero métase, métase, es una cola”.

Esta situación aunque pareciera pa cagarse de la risa, es más seria de la que creemos: nos están modificando el cotidiano.

Dia  a Dia, Unicasa, los Mikros y otros cientos de cadenas de supermercados han hecho del desabastecimiento inducido sendos negocios manipulando al colectivo, sobre todo al del barrio; asegurando sus ventas a niveles tan altos que es fácil imaginárselos frotándose las manos jugosamente.

En el caso del Día a Día, la práctica de no tener casi nada toda la semana para llenar sus anaqueles los jueves hasta el tope -y esto es a nivel nacional-, ha convertido a los usuarios en zombies que acuden a sus puertas obedientemente al amanecer, aún cuando no necesiten de inmediato los productos, en cola interminables. Han logrado crear una cultura aviesa y torcida de las colas de una manera perversa sobre la población (coñoemadre pues, como dice el abuelo).

Tratar de conversar con los zombies es jodío, pero lograrlo con alguien que se para a hacer una cola desde la cinco y media de la mañana y son las ocho y aún no permiten pasar es arriesgarse a que le den un coñazo a uno, pero igual preguntaremos.

-Señora, ¿cómo está? ¿Sabe para qué es esta cola?

-Para harina, pan, café, azúcar, aceite, ¿por qué?

-¿Desde qué hora está aquí, doñita?

-Yo llegué a las 7, más o menos, y ya llegaba a la frutería.

-Señora, ¿pero no sería mejor entrar y comprar normalmente?

-Pero, ¿y cómo hacemos, mijito, si nos ponen a hacer la cola? Además, yo ya me acostumbré a hacer mi colita todos los jueves.

-Dígame algo, doñita, sobre lo que va a comprar, ¿le falta algo de eso en su casa en este momento?

-En realidad lo que se me acabó ayer fue el aceite, pero aprovecho para llevarme todo lo demás; igual no voy hacer la cola sólo por un litro de aceite, ¿no cree usted?

-Gracias, muy amable mi vieja.

***

-Señor, buenos días, ¿por qué está haciendo esta cola? Veo que esta lejos de la puerta.

-Porque no se consigue nada, hay desabastecimiento en todos lados.

-¿Cuántas veces al mes hace esta cola? ¿Me podría decir?

-Todos los jueves -y a veces los martes- estoy aquí y consigo los productos que necesito; no fallan, esta gente de Día a Día es gente seria, por lo menos podemos contar con ella seguro...

-Usted me comentó que no se consigue nada, pero igual me dice que todos los martes y los jueves puede venir a este comercio y conseguir de todo, ¿no es eso como contradictorio?

-Mire amigo, si usted lo que quiere es a defender al gobierno conmigo no lo va a lograr, este gobierno arruinó este país. Vaya, pregunte en otro lado para que vea que no consigue nada.


 ***

Y así, la mayoría de los comentarios van por la misma sumisión inducida.

Aquí entran en juego las diferentes formas de organización en los barrios y comunidades donde se da esta práctica. Esa que llamamos poder popular (consejos comunales, comunas, colectivos o el barrio mismo en su forma de lucha y resistencia más natural).

¿Por qué no han reaccionado y ejercido esa fuerza que tienen como contralores sociales de sus espacios? ¿Por qué no han tomado estos locales comerciales hasta hacerlos volver a la práctica diaria y común de la compra libre, cotidiana, o su cierre?

La respuesta podría ser sencilla pero lamentable: han caído también en la trampa tendida por el enemigo para  la transformación de nuestra cotidianidad. No hay otra explicación. En otras palabras, la conspiración constante ya nos es cosa común, la especulación constante ya nos es cosa común.

Ante la alternativa de actuar y corregir nos dejamos inducir y transformar al ser ya cosa común y las consecuencias pueden ser desastrosas si no reaccionamos.


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