jueves, 8 de mayo de 2014

El negocio de los desastres climáticos

Por Marcelo Justo | Página 12

Los estados se protegen contra catástrofes que demandarían una inversión por fuera de sus posibilidades y los inversores cobran primas altísimas ante eventualidades que raramente ocurren. Entre 2003 y 2013 se emitieron unos 40 mil millones de dólares de bonos.


Los desastres medioambientales son un buen negocio. Con el ingenio que lo caracteriza para la invención de nuevos instrumentos de rentabilidad, el mundo financiero ha creado un nicho para seguros contra desastres climáticos y naturales cada vez más popular entre países afectados por estos fenómenos.

Los bonos CAT (Catastrophe Bonds) son la estrella indudable de este firmamento que también tiene otros protagonistas como el derivado climático o la hipoteca medioambiental. Entre 2003 y 2013 se emitieron unos 40 mil millones de dólares de “bonos CAT” (CAT bonds), 10 veces más que hace una década.

El negocio parece redondo. Los Estados se protegen contra catástrofes que demandarían una inversión por fuera de sus posibilidades y los inversores cobran primas altísimas ante eventualidades que raramente ocurren. Según la revista británica The Economist, de las 200 obligaciones catástrofe emitidas desde los ’90, sólo tres terminaron con una indemnización. El académico estadounidense Chris Williams, autor de Ecología y Socialismo, indicó a Carta Maior tres factores que están contribuyendo a este boom de los seguros contra desastres naturales.


“Por un lado, la financiarización de la economía mundial. Hace 30 años, las finanzas constituían un 7 por ciento de la economía. Hoy son el 25 por ciento. El capital busca cada vez más su rentabilidad no en el sector productivo sino en el financiero-especulativo. La catástrofe medioambiental le da una oportunidad perfecta por la creciente frecuencia de desastres naturales. Si uno añade a esto los problemas fiscales que están experimentando muchos países, el negocio está listo.”


Williams pone el ejemplo del bono CAT emitido por el servicio de transporte de su propia ciudad, la Red de Transporte Público de Nueva York, el MTA, después del huracán Sandy de 2012. “Estamos viendo una gran transferencia de fondos públicos al sector privado, porque cuando uno mira la infrecuencia con que se pagan los bonos debido a las condiciones de pagos y las exclusiones, uno se da cuenta de que los inversores terminan ganando mucho dinero. Por otro lado, hay un fuerte riesgo financiero si llega efectivamente a repetirse el Sandy y tienen que pagar. ¿Tienen las aseguradoras y reaseguradoras realmente los miles de millones de dólares que tienen que desembolsar? Es una pregunta que nadie quiere hacerse porque muchas de esas compañías están tan apalancadas (se endeudaron tanto) que nadie sabe si tendrían el dinero.”


A la carga

En febrero de este año, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (Unisdr) encabezó una misión ante el Congreso filipino para promocionar el Philippine Risk and Insurance Scheme for Municipalities, después de que el supertifón Haiyan dejara más de seis mil muertos y un millón y medio de viviendas destruidas o dañadas.

“Filipinas tiene unos 20 tifones por año. Lo que necesitamos es un esquema simple que pueda suministrar protección a las municipalidades antes de la próxima temporada”, justificó Margareta Wahlström, directora de Unisdr.


Los daños materiales del tifón Haiyan rondan los 13 mil millones de dólares, suma astronómica para un país de las características de Filipinas. Si el impacto de los desastres naturales es un golpe para países ricos, puede resultar devastador para naciones en desarrollo o pobres como Haití. El menú de opciones de los Estados es reducido: la asistencia internacional, el endeudamiento y aumento impositivo (que toman tiempo) o los fondos que hayan previsto presupuestariamente para este propósito.


Estos fondos se programan para eventos de baja o mediana intensidad, pero no para grandes tragedias, ya que los Estados no pueden congelar enormes sumas que limitarían otras partidas presupuestarias (educación, salud, defensa) para hechos hipotéticos (terremoto, inundación, tsunami, etcétera). De ahí que con frecuencia resultan insuficientes.


En 1996, México creó un fondo para desastres naturales llamado Fonden (Fondo de Desastres Naturales) que hizo agua en 2010 cuando el país tuvo que enfrentar desastres naturales en 18 de los 31 estados y en 850 de las 2500 municipalidades.

“En este sentido –le pregunta Carta Maior a Williams–, ¿no dan los seguros una solución? Es decir, ganan dinero, pero se exponen y, en caso de tragedia, ofrecen una salida a Estados con recursos que, por definición, son finitos.”


“Ese es el argumento que usan –responde–. Pero la realidad es que este seguro termina desviando la inversión que necesitamos hacer para evitar que la catástrofe ocurra en primer lugar. El seguro instala la idea de que estamos protegidos y, por lo tanto, no hay que gastar en prevenir. Pero además, si seguimos con el ejemplo del MTA en Nueva York, una de las razones por las que ha habido tantos recortes presupuestarios en los últimos tiempos es porque están pagando deudas incurridas con el sector privado. De modo que el MTA está pagando esta deuda de sus propios ingresos de boletería, lo que lo limita para hacer las tareas de prevención que se requieren.”


Según un reciente informe publicado por New England Journal of Medicine, el número de desastres naturales se triplicó entre 2000-2009 en comparación con la década 1980-1989. En las últimas dos décadas, unas 217 millones de personas han sido afectadas cada año por desastres naturales.


–En otras palabras –dice Carta Maior a Williams–, la tendencia es a un aumento de este tipo de eventos en un contexto económico internacional complicado. ¿No es inevitable que siga este boom de los bonos CAT y nuevas variantes para fenómenos medioambientales?

–Es la tendencia. Cuando se emitió el bono para el MTA hubo un exceso de interesados. 


Estamos hablando de un mercado que en los últimos tres o cuatro años se ha convertido en un negocio multibillonario. Esto se ve intensificado por los problemas fiscales. Pero más allá de este cuadro, el interrogante es cómo vamos a lidiar con estos fenómenos a mediano y largo plazo. Faltan soluciones sistémicas. Esto no es una mera cuestión tecnológica, ni se va a solucionar a través del mercado o por una mayor conciencia individual. Se necesita una alternativa al actual sistema de producción y distribución para lograr una solución duradera y sustentable.


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